Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

El izquierdismo latinoamericano

Chile ha crecido. Su economía es robusta. El salario mínimo se acerca a los 550 dólares. Después del caos causado por las políticas socialistas de Salvador Allende, primero la dictadura de Pinochet y luego los gobiernos democráticos, la adopción de medidas económicas liberales permitieron la construcción de una nación próspera, una nación que se acerca al primer mundo. Sin embargo, el anuncio del aumento del pasaje del metro en la ciudad de Santiago desató una oleada de protestas violentas en contra de un gobierno electo democráticamente.

No bastó la suspensión de la medida. Las protestas callejeras han continuado, exigiendo ahora la renuncia del presidente. Cabe suponer que no son las manifestaciones, muchas de ellas violentas, originadas por una economía supuestamente maltrecha por políticas liberales, sino obra de un proyecto orquestado para desestabilizar un modelo político ejemplar, que por oscuras razones, seguidores de una causa perdida detestan.

Sé que todo no es color rosa en Chile, y que, pese al crecimiento sostenido de su economía en las últimas décadas, hay muchas deficiencias que ciertamente impactan negativamente, sobre todo a la juventud, que, entre otras cosas, debe endeudarse para acceder a la educación superior (el costo de esta ronda los 30 mil dólares). Sin embargo, el número de personas con ingresos iguales o inferiores a los 30 dólares mensuales descendió del 30 % a un 6,7 %.

No es solo Chile. Hubo protestas en Ecuador, y de haber ganado Mauricio Macri en Argentina o en Bolivia Carlos Mesa, estarían incendiadas las calles de esas naciones por masas de izquierdistas, de progresistas que realmente venden atraso, desconociendo las victorias de los candidatos oficialista y opositor en cada caso. No son tímidos los líderes que aúpan la desestabilización de las democracias en la región. Su desafuero es impúdico, descarado, obsceno.

A mi juicio, esa conducta es la consecuencia natural de la plausible decadencia del modelo socialista. A partir del caída de la URSS, hace unos 30 años, y el consecuente colapso del socialismo, los gobiernos títeres de Moscú comenzaron a pactar la transición hacia democracias liberales porque era lo más sensato, no solo histórica y políticamente, sino también en su propio fuero (y el trágico final de Nicolau Ceceascu en Rumania y Slobodan Milosevic en la desaparecida Yugoslavia es prueba clarísima de ello).

La mayoría de los gobiernos resultantes del desplome de ese ensayo desgraciado que fue el socialismo en Europa oriental supieron transitar hacia modelos liberales, y, con denuedo y empeño, lograron reconstruir sus naciones. Cuba, en cambio, no pudo. Devastada por décadas de revolución comunista (y la tozudez patológica de un felón impenitente como lo fue Fidel Castro), ha tenido que enamorar mecenas, líderes arteros dispuestos a rendir sus propias naciones a los pies de la más longeva dictadura en este lado del mundo.

El Socialismo del Siglo XXI parece haber surgido tan solo en América Latina. Poco importa que su creador haya sido el profesor ruso de tendencia marxista Alexander Buzgalin (cuyas ideas fueron promovidas por el filósofo germano-mexicano Heinz Dieterich – ahora distanciado del chavismo – y adoptadas por el Foro de San Pablo como soporte ideológico). Por ello creo que el «izquierdismo» latinoamericano se acerca más al populismo de Juan Domingo Perón (de clara filiación fascista) y Juan Velazco Alvarado.

Si bien las medidas populistas impulsadas por Perón desde la década de los ‘40 del siglo pasado, arruinaron a Argentina (ruina de la que aún no logra recuperarse), hoy, apoyados por Cuba, que actúa como un virus y usa su decrépita ideología para ubicar sus «esclavos» en sus «colonias», los «amigos» de La Habana acabaron depauperados, y Venezuela es el caso más notorio. Esas medidas «justas» ciertamente destruyeron las economías de Argentina y Venezuela (que en el caso argentino no ha logrado superar la endémica flaqueza económica y en el nuestro, luego de haber sido el quinto productor de petróleo en el mundo y promesa preclara de progreso en la región, la severa crisis económica ha forzado la migración masiva del 20 % de la población).

No obstante el evidente fracaso del populismo y del socialismo, y del cataclismo causado en las naciones que lo han ensayado, hay un ejército de necios que no renuncian a delirios de necios, y, pese a las protestas callejeras pacíficas, reprimidas con la misma brutalidad que ellos le acusaban a Pinochet o a los gorilas militares brasileros en la década de los ’80, no rinden sus aspiraciones totalitarias.

Es por esto que no creo en negociaciones ni en una vía electoral para resolver la crisis venezolana. El régimen chavista – ¿o deberíamos decir Cuba? – no va a ceder, y si se ve obligado, va a generar caos, va a desestabilizar al eventual gobierno resultante de unas elecciones, en caso de perderlas, e incluso, al transicional que resulte de otro tipo de quiebre. Asumir pues, que la crisis puede resolverse mediante elecciones o negociaciones porque Pinochet perdió el plebiscito de 1988 o los regímenes títeres de Moscú pactaron su rendición luego del colapso de la URSS es una memez imperdonable, sobre todo porque muchos de los que defienden esta tesis poseen prestigiosos títulos académicos, y deberían tener criterio suficiente para distinguir realidades.

Creo, en cambio, que las democracias liberales latinoamericanas deben defenderse del ataque del Foro de San Pablo, como Occidente lo hace de las agresiones terroristas. El cónclave socialista latinoamericano no cree en los valores y principios democráticos amparados por tratados y organismos internacionales, ni cree en las libertades individuales. Ni siquiera cree en la soberanía de los pueblos y las naciones, y, tanto como cualquier fanático religioso, asume que sus dogmas son suficientes para resolver los problemas humanos, y que, justamente por ello, están llamados a imponerlos aun en contra de los ciudadanos.

Hey you,
¿nos brindas un café?