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paola maita
Photo by: Jan Michellardi ©

El instante

Levantarme a las 7 am. Meditar con las cartas del tarot o alguno de los otros oráculos. Desayunar algo caliente hecho por mí. Conversar con S. antes de comenzar a trabajar. Sentarme a trabajar con un té y no con un café en la mano.

La rutina con la que comienza mi día no es nada similar a esa que tenía hace un año. En aquel entonces, me levantaba corriendo, me duchaba, comía siempre cereal porque era lo más fácil y rápido de preparar, corría al tren, y era imperativo comenzar el día con una taza de café. No pensé que la vida me podía cambiar en un suspiro o, mejor dicho, con un par de estornudos.

 


 

La vida cambia en un instante, escribió Joan Didion en El año del pensamiento mágico para referirse a la muerte repentina de su esposo mientras cenaban.

Para mí, un instante como ese fue el día en el que nos reunieron a todos en una sala para decirnos que trabajaríamos en casa por 15 días. Era un jueves. La propuesta era intentar trabajar un día desde casa y ver si los servidores aguantaban el que todos estuviésemos conectados en remoto. Si fallaban, veríamos cómo regresar el lunes a la oficina.

Sin saberlo, ese fue el último día en el que pisé el lugar en el que trabajaba. Nadie pensó que fuese algo que duraría demasiado. Quizás un mes, como mucho. No nos alcanzó la clarividencia para entender la magnitud de ese instante.

Pasamos de ser equipos que se veían casi todos los días a ser equipos casi remotos. A algunos de mis compañeros no los he vuelto a ver en físico desde ese jueves. A otros, los he visto cuando las restricciones nos lo han permitido.

Con estos ires y venires, me cuesta entender si hemos cambiado del todo o si seguimos siendo los mismos.

 


Hace un par de días, S. me comenta sobre la paradoja de Teseo. Este dilema trata sobre el reemplazo. Si cambiamos las partes de un objeto, ¿Sigue siendo el mismo?

Su comentario apuntó directamente a aquello a lo que estaba dándole vueltas en la cabeza.

Con la pandemia, en un instante me cambió la forma en la que viviría mis rutinas matutinas, la frecuencia con la que salgo de mi casa, el cómo interactúo con mis compañeros, la relación que tengo con S., mi diálogo interior, las cosas sobre las que me interesan escribir, la relación con mi cuerpo, la valoración del tiempo…

Sin embargo, hay cosas que no han cambiado. Sigue gustándome mi trabajo, mi imaginación persiste inquieta, aún tomo clases de baile, me río de las mismas cosas como si fuese una adolescente, me gusta jugar videojuegos, todas las semanas escribo una crónica…

Entonces, ¿Realmente un instante me dio otra vida nueva o sigue siendo la misma con algunas partes diferentes?


Photo by: Jan Michellardi ©

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