No me ha sido dada la mística. No comprendo el fervor erótico ni la idea del ascenso hacia una luz divina.
No hay dioses. Y, si los hay, nos dan su bella espalda para que dejemos de mirarla. La luz es un fenómeno solar o un producto industrial ligado al electromagnetismo. La fe es una prótesis insulsa. Tengo conmigo el escepticismo y el balcón como consejeros: me otorgan una dosis esporádica de felicidad.
La filosofía es una lluvia mejor que la fe. No me humedece con una promesa incierta. La filosofía es un escape, una fuga de los estertores indigeribles de la realidad. Para fugarme prefiero perderme en los meandros del infierno y no en el ascenso guiado por un escalón como la fe. En ese sentido, soy un materialista: me llenan el olor de la una cañería, el café de una pocilga o el aire del balcón. La ascesis es demasiado insípida y lenta. El calor del verano es más efectivo.
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