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El hijo pródigo no siempre regresa a casa

Como muchos venezolanos y ciudadanos de otras latitudes, varios de mis amigos viven en otros países. Algunos de ellos tienen más de 10 años afuera haciendo su vida; otros, tienen un poco menos. Por mi parte, algunos proyectos y eventos personales han postergado mis planes de partida. Más allá de contar historias personales, quisiera plantear esta duda: ¿Realmente el boleto que se compra de ida es sin regreso?

El movimiento migratorio es algo bastante caprichoso. La elección del lugar a donde irse depende de muchas cosas: tener alguna facilidad especial para conseguir el permiso de vivir en otro lugar, las oportunidades que cada quien tiene según sus habilidades, los planes de desarrollo personal, el lugar de moda… En fin, factores que influencian una decisión que cambia la vida para siempre.

Imagino, porque aún no he sido emigrante, el momento en el que se compra el ticket. El entregar una cantidad de dinero por un boleto de avión que te llevará al nuevo sitio donde vivirás… ¿Cuánto tiempo? ¿Para siempre, hasta que te salga una mejor oportunidad en otro lugar o hasta que las cosas mejoren al punto que puedas regresar a tu país? No hay una respuesta correcta ni una manera fácil de responder.

A algunas de estas personas que conozco en otros países les pregunté esto: ¿Volverías a Venezuela? De todos ellos, sólo uno lo consideró como una posibilidad, dado el caso que se le presente una oportunidad en esta tierra que le permita tener una mejor vida que la que tiene allá, una probabilidad bastante remota. El resto me dijo, palabras más o palabras menos, que no lo harían porque se han esforzado mucho para obtener lo que tienen hasta ahora, tienen una vida completa allí o por no querer revivir el shock cultural de adaptarse de nuevo a otro lugar, aunque este sea el que los vio nacer.

Es cierto que a quienes les pregunté han conseguido cosas que posiblemente aquí no tendrían, tales como trabajo, estabilidad e independencia financiera (entre los límites razonable para cualquier veinteañero); así que no puedo decir que las experiencia de ellos son la voz de todos los emigrantes del mundo, pero sí puedo apoyar un punto: El hijo pródigo no siempre regresa a casa.

El nacionalismo no es para todo el mundo. El sentimiento de nostalgia por la familia y las tradiciones con las que se crecen no pagan las cuentas. Sé que en casos extremos, donde las personas no consiguen levantar cabeza en nuevas latitudes, es lógico que decidan regresar a su lugar de origen; pero me parece obtuso criticar al que ha elegido irse y quedarse en el nuevo sitio. Han construido una vida ahí y no es justo pedirles que se regresen sólo para limpiar las cenizas del país que ha ardido en la hoguera, ponérselas en la frente como señal de su amor patriótico y comenzar desde cero. Admirable el que quiera hacerlo, pero entendible el que no.

El amor hacia un país no es una relación casual adolescente donde se pide “la prueba de amor”, es algo con matices mucho más complejos que los que algunos han pretendido hacer parecer. Vivir en un lugar o en otro no es una medida de cuanto se puede querer a un pedazo de tierra.

Es cierto que es preocupante el pensar quién va a barrer las cenizas, pero eso es una elección, no una obligación nacional.

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