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El grinch en el Caribe

En un país donde la gente enseña la piel los 365 días del año, porque el clima lo permite, sería lógico pensar que plantear abiertamente las creencias no debería estar mal visto, pero nada más lejos de la realidad que eso.

En una reunión social con mis compañeros de trabajo, me dijeron que me faltaba el gorro de Santa Claus, a lo que respondí que no lo tenía porque no me gusta la Navidad. Esa declaración fue suficiente para desatar toda una polémica alrededor de ello. “¿Cómo es posible que no te guste la Navidad?”, “Pero sí es tan linda”, “¿Pero te pasó algo en alguna Navidad?”, “¿No te gusta el arbolito?”… Y así continuaron por un buen rato, haciendo preguntas al respecto, buscando un motivo, cuando la realidad es que la respuesta era bastante sencilla: No me gusta la Navidad, punto. No me parece estéticamente agradable la cantidad de brillo, ni la música, ni la alegría que para mí roza lo artificial y forzado. No entiendo porque esperar a un mes en específico para reunirse, para darse regalos o hacer donaciones. Además, siendo atea, me parece un poco extraño celebrar el nacimiento de alguien en el que no creo.

A pesar de todo, comprendo su sentido social. No me causa algún problema existencial participar en amigos secretos o reuniones, simplemente yo no las organizaría, o las hago en cualquier otro momento del año. Aparentemente, en este país cierto tipo sinceridad ideológica no está bien vista.

Esto me lleva al momento en el que hice la Confirmación en el colegio. Estudiando en un colegio católico y proviniendo de una familia creyente, era casi un insulto no hacerla, así que cedí ante la presión social pese a que estaba clara que no creía ni creo en Dios. Unos años después, cuando le dije a mi familia que no pretendo casarme por la Iglesia, les cayó de bombazo.

No sé bien cómo funcionan otras sociedades latinoamericanas, pero en líneas generales, por lo que he leído, creo que estas son las expectativas: Ser heterosexual y católico, tener un trabajo “decente y honrado”, casarse por la Iglesia y tener hijos. Cualquier cosa contraria a esto, es casi un sacrilegio.

En todos los lugares ser diferente es complicado. Incluso, todos sabemos que hay países donde es penalizada la homosexualidad o tener un credo diferente. En Latinoamérica pese a que no es delito ninguna de las dos, socialmente es complicado declarar en público ciertas cosas. Pareciese ser una excusa para hacer un roast de esa persona.

Yo tengo una relación de amor/odio sobre todo con la cultura tropical, sobre todo con la venezolana. El sentido del humor es maravilloso, pero sobreutilizado cansa; la fe mueve montañas, pero no todas; la guía de los padres es natural, pero en exceso atrofia y agobia.

No estoy esperando que venga una especie de nube que cambie la ideología latinoamericana, porque no todo en ella está mal y no todas las personas pensamos iguales. Tampoco quisiera que de repente fuésemos una copia de otra sociedad, porque eso no sería sano. Pienso que es momento de evolucionar, de ver las cosas de una manera más amplia e inclusiva, sin horrorizarnos tanto de la diversidad: Aceptar que el otro celebra cosas distintas porque tiene gustos distintos.

A pesar que no me gusta la Navidad, Feliz Navidad.

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