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esteban ierardo

El ejemplo de Cincinato

Hoy sobresale el avance tecnológico, los mundos digitales, la modernización sin descanso, al tiempo que la ambición y corrupción política no declinan en el día a día.

Por eso quizá hoy sea legítimo recordar a Cincinato, cuya historia leí de adolescente y que nunca olvidé, un ejemplo de quien renuncia al goce del poder, y solo lo usa como herramienta para el bien común.

Lucio Quincio Cincinato (nacido con el pelo rizado) fue un romano patricio, cónsul y general que vivió entre el 519 a.C. al 430 a.C. Hoy, en el estado de Ohio, a orillas del río Ohio, la ciudad de Cincinatti evoca a quien recordamos. Al terminar Estados Unidos su guerra de independencia en 1776 nació La sociedad de los Cincinatti, fundada en 1783 por el general Knox, que reunía a quienes habían servido desinteresadamente a la nueva nación. George Washington fue llamado el “Cincinato americano”.

El Cincinato original representa las virtudes romanas de los tiempos republicanos y heroicos de la austeridad, la frugalidad, el desinterés, la brillantez militar y legislativa. El artista español Juan Antonio Rivera y Fernández pintó al romano en su “Cincinato abandona el arado para dictar leyes a Roma”, óleo sobre lienzo de 1806, actualmente en el Museo del Prado, en Madrid. El mítico Catón el Viejo, quien transitó todas las etapas del cursus honorum romano hasta llegar a pretor y cónsul, no olvidó nunca la nobleza del trabajo rústico de la tierra y siempre ensalzó a Cincinato como el arquetipo ya en disolución del genuino espíritu cívico romano. Recordado por Dante y Petrarca, su retrato circuló en el Renacimiento y su eco llegó hasta la Revolución Francesa.

Y Cincinato inspiró el lema Omnia reliquit servare republicam: «Dejó todo para salvar la república», alusión al amor romano por la república luego de derrocar a su último rey, Tarquino el Soberbio, en el 509 a.C. La inquina romana contra la monarquía y la realeza justificó, luego, a los ojos de Bruto, el asesinato de Julio César, acusado de querer ser rey, antes de que Roma se gobernara por un emperador.

El gran historiador Tito Livio (59 a.C-17 a.C), en su Historia de Roma desde su fundación, abandonó una forma de relato histórico basada en los linajes aristocráticos para estudiar políticas e individuos que engrandecieron a Roma en contraposición a los vicios y el desprecio por la legalidad. En esa visión, Cincinato era modelo de respeto de las instituciones y de las leyes como garantía de beneficio público, e incluso como gestor de acuerdo entre clases.

En tanto patricio, Cincinato, como Coroliano, otro romano exaltado en un drama shakesperiano, supo de desacuerdos con el tribunado de la plebe, pero fue él quien, como cónsul suplente, resolvió el conflicto de la Ley Taerenilia Arsa que impedía a los plebeyos aumentar sus tierras. Luego de interceder en la confrontación, en un primer gesto que luego repetiría, se retiró de la acción pública y regresó a su arado y sus bueyes para sudar sobre la tierra labrada (1).

En los tiempos de Cincinato, Roma distaba mucho, todavía, del imperio que construirá en el futuro; su dominio no iba más allá del Lacio, y los pueblos vecinos aún amenazaban su territorio. En ese contexto, los volscos se precipitaron contra los romanos. Roma llamó entonces a Cincinato, reconocido por su valor y talento estratégico. Le nombraron dictador, magistratura de la República romana que, por el lapso de seis meses, le confería a un individuo los poderes absolutos del Estado solo para hacer frente a una emergencia militar. No debe, así, confundirse con la dictadura como absolutismo político perpetuo.

De todos modos, la magistratura romana de la dictadura siempre provocó el temor de que el dictador no devolviera la suma del poder concedido. Al principio elegido por el Senado, luego de las guerras púnicas, la designación del dictador solo fue a través del pueblo reunido en comicios.

Y la leyenda, quizá no muy alejada de la realidad, refiere que Cincinato trabajaba con su arado en su granja junto al Tíber cuando llegaron los mensajeros del Senado. Se le pidió dirigir la defensa ante el invasor, con los poderes excepcionales de la dictadura. Cincinato no lo dudó. Aceptó la responsabilidad. Lideró el ejército. Venció a los volscos. En dos semanas, regresó al campo. Pero poco después, estalló la guerra con los ecuos. De nuevo, Cincinato se presentó en el Foro con la toga de orla de púrpura del dictador dentro de la República.

Otra vez, llamó a los ciudadanos al combate. Reorganizó sus legiones. Derramó espíritu marcial. Planeó su estrategia. Dio las órdenes adecuadas. Sorprendió a los ecuos en un ataque nocturno. Cabalgó al frente. Descargó su espada, despedazó la amenaza. Los enemigos entregaron las armas. La serenidad volvió.

El plazo del poder total de Cincinato aún no había expirado, pero, de vuelta, rechazó todos los honores y regresó al trabajo de los surcos y los arados. Ni por un instante evaluó perpetuarse como amo y dueño.

Pero Roma lo necesitará nuevamente en el 439 a. C., cuando aún con ochenta años conservaba su plenitud. En el horizonte romano irrumpió un controvertido personaje: Espurio Melio. Roma padecía hambre. Melio compró abundante trigo a los etruscos y lo distribuyó entre el pueblo. Agradecidos, los hambrientos celebraron a Melio como salvador. El Senado empezó a sospechar. Con o sin fundamento, se rumoreaba que Melio ocultaba armas en su casa, y que sostenía reuniones secretas para conspirar contra la República con el fin de instituir una monarquía y proclamarse rey.

La libertad republicana estaba amenazada. Entonces, Cincinato fue nombrado como dictador, una segunda vez, y le ordenó a Melio que se presentara ante el Senado. El convocado se resistió. El mensajero, Cayo Servio Ahla, jefe de la caballería, magister equitum, lo mató con una daga oculta debajo de una axila (2).

Cincinato expresó que el Estado republicano estaba a salvo. Y se alejó de nuevo, por última vez, y se entregó al trabajo áspero, rústico y noble, entre tierras fértiles y lluvias, lejos del poder.

Un ejemplo contrario a los dictadores del presente, enfermos por mandar hasta el último suspiro; o distinto a quienes, una y otra vez, aun en las arenas democráticas, sueñan con mantenerse cerca del poder por siempre por su propio provecho, y por un disimulado sentimiento de importancia personal.


Citas

(1) Algunos creen que el retiro de la vida pública de Cincinato se debió a su disgusto porque su hijo Cesón fue exiliado por empleo de lenguaje violento contra los tribunos. Pero es incuestionable que Cincinato optó por la renuncia al poder en lugar de retenerlo como, en su momento, lo hizo Sila.

(2)En rigor de verdad, en la investigación histórica contemporánea se cuestiona la supuesta culpabilidad de Espurio Melio, ya que ésta es dudosa, por lo que se habría tratado de un asesinato y el procedimiento legal hubiera sido hacerlo compadecer en juicio ante la comitia centuriata, asambleas con funciones judiciales, además de legislativas y ejecutivas.

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