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dante fabian soberon
Photo by: sneha radhakrishnan ©

El Dante anciano

Desde aquella tarde roja y húmeda en la que leí por primera vez los versos del florentino,  he visto más veces a Dante que a mis tíos que ya han vuelto al polvo del inicio. Es lógico: la muerte pisa con pie equitativo a los pobres y a los ricos, como dijo Horacio. Las sombras se han ido y hay una sombra viva que canta cada año, cada vez que releo la Comedia divina. Veo a Dante en las ilustraciones de Gustav Doré, en las arenas del tiempo, veo a Dante en el largo poema autobiográfico, lo veo en sueños. ¿La Comedia es un largo sueño? 

En mis encuentros repetidos no veo a Dante en el Infierno. El poeta está vivo y circula por una calle de Florencia o de Roma. Alguna vez creí verlo en la vereda de un pueblo sudamericano. Estaba más compenetrado con los campesinos que con los eventuales citadinos. Dante es el único amante del campo con el que me he cruzado tantas veces. 

En mis citas fervorosas, Dante ya no habla sobre Beatriz. Lo único que anhela es regresar a Florencia. La vuelta es su utopía. A pesar de que no conoció al Ulises de Homero, Dante se le parece: el fin que persigue es el regreso. Espero que alguna vez pueda hacerlo.

¿Podemos imaginar a Dante feliz, entre sus hijos, con una mujer que no quiere, riéndose de los malvados papas y gritando en la plaza en contra del mercado?

El Dante anciano escribe cartas a los lectores incrédulos en las que explica el secreto no narrado del viaje hacia Dios.


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