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El ciervo cojo

El gobierno de Venezuela, finalmente, no rectificó. Terco, secuestrado por su ambición de poder, se atrevió a celebrar lo que todo el mundo calificaba como un fraude, aunque a algunos, tal cosa no les incomodase. Al señor Nicolás Maduro le adjudicaron un triunfo ciertamente increíble, cuyos números no fueron el calco de lo que vimos, de lo que sentimosel domingo de las elecciones: en vez de una fiesta electoral alegre, parecía un primero de enero, cuando el peso de las tareas por hacer en ese nuevo año, aletarga a las personas y las recoge en sus casas.

No faltaron voces airadas y argumentos bien sustentados para advertir de su error a quienes encerrados en su visión superficial e inmediata de una realidad desesperante, exigían con más floritura que razones ir a votar por un hombre que avivaba más sospechas que esperanzas. Y lo peor, aún después, cuando se palpó a una población pensante, que no se dejó naricear, esos mismos hombres y mujeres no cejan su empeño por desnudar su orgullo prejuicioso, y, sin pudor, escupen sobre el electorado su rencor, su visceralidad.

Para muchos solo puede calificársele de tramposo, de ser un fraude, una engañifa de la élite para continuar adueñándose de nuestros recursos, aun de nosotros mismos, para negociarnos caprichosamente con otras potencias. Hoy, más de veinte naciones rechazan el proceso electoral venezolano, como ya lo habían advertido aun antes de realizarse. Catorce países optaron por «reducir» su presencia diplomática y en lo que claramente solo puede entenderse como un reproche, llamaron a consulta a sus embajadores. Estados Unidos fue más allá. Arreció las sanciones, para ahogar aún más al que considera un gobierno despótico, que actúa de espaldas a la ciudadanía. Sin embargo, en sectores de la oposición hay quienes analizan unos números imaginarios, unas cifras imposibles de creer. Cabe decir pues, que hay ingenuidades difíciles de aceptar.

Muchos llaman a la unidad y es cierto, ahora necesitamos cerrar filas como un ejército temible, una horda que inspire temor, para obligar a la élite chavista a pactar la transición con la oposición democrática… genuinamente democrática. Por ello, ya resulta intolerable la presencia de mesías(aun colegiados), que, sin pudor, con la arrogancia del tirano, pretenden tratar a la ciudadanía como imbéciles, como débiles mentales. Poco importa si profesan amor por este desgobierno o si por el contrario, dicen militar en la oposición. Esa conducta hiede a vicios arraigados en una sociedad dominada por caudillos, por chafarotes. Apesta a esa enfermedad repugnante que desde la independencia – y aun como consecuencia de esta – ha envilecido a los líderes de una nación que todavía persigue el sueño de ser una república democrática.

Una vez limpios, deslastrados de quienes dicen ser enemigos de una dictadura pero que en sus mentes apenas si es retórica para el discurso, unir fuerzas para cumplir el mandato constitucional y reconstruir el orden democrático, reducido a un garabato por la élite. No es un trabajo fácil y desde luego, conlleva riesgos. Muchos riesgos y amenazas. Desarticular el andamiaje que durante casi dos décadas ha ido armando el chavismo para conservar el poder a perpetuidad– con la complicidad de intereses que desbordan nuestras fronteras – no será incruento, no porque la oposición lo desee, sino porque para esa élite, es un asunto de vida o muerte.

La unidad debe trascender al ambiente político, a los confines propios de los partidos. La unidad debe comprometer activamente a los sectores nacionales en verdad deseosos de transitar de este infortunado modelo a uno luminoso, que, con el concurso de todos, potencie el desarrollo, para crear un vigoroso músculo que ponga coto a las ambiciones totalitarias características del socialismo y obligue a la élite a negociar su rendición y el desmontaje de su aparato político.

No podemos reducir la discusión a unas elecciones presidenciales que se limiten al cambio del ejecutivo, porque el gobierno resultante no dejaría de ser un espejismo, un ciervo cojo asechado por un león hambriento.

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