Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

El Casete donde vivía  Mazinger Z

Todos los domingos cuando me llevaban a visitar a mi tío, el Almirante Villa Leiva, saludaba rapidito y me iba hasta el cuarto de mi primo Luis, quien tenía no sólo una envidiable biblioteca nutrida con cuentos de piratas, caballeros y hasta fantasmas, sino también una colección enorme de suplementos de súper héroes que escondía bajo su cama. La verdad me encantaba mirar las ilustraciones, pues a los 5 años aun no sabía leer, no era que no quisiera, sino que siempre he sido muy distraído y me la pasaba (y aún me la paso) viviendo en la luna.

A mí me encantaba visitar a mi primo, pero para él, mi sola presencia era vista como una invasión a la tranquilidad, pues además de tocar sus cosas lo atiborraba de preguntas. Interrogantes que casi nunca eran contestadas, y que siempre terminaban con la frase: ¿Por qué no vas a ver si el gallo puso?, seguido de un portazo que me dejaba fuera de la habitación. Este ritual se repetía fielmente cada vez que yo irrumpía en el cuarto de mi primo.

Finalmente un día, justo cuando Luis me sacaba de la habitación, iba pasando por el pasillo mi Tía Concha, la esposa del Almirante. La tía me tomó de la mano y me llevó a otro cuarto, me sentó en una butaca, encendió el televisor e introdujo un casete gigante dentro de una caja cuadrada llena de luces verdes.

Cuando la cinta se puso en marcha, comencé a ver en la tv a Mazzinger Z, peleando con todos los monstruos que usualmente querían apoderarse del mundo. Pero justo cuando la película estaba más emocionante, mi papá entró en el cuarto para avisarme que nos teníamos que ir. El berrinche que armé no fue normal, tanto, que mi tío el Almirante, quien por lo general era un hombre bastante sereno, le dijo a mi papá que me diera una tunda para que no fuera tan malcriado.

La tía por el contrario, me levantó del piso, secó mis lágrimas y me propuso un trato que le agradeceré toda la vida:

– Si aprendes a leer, el betamax es tuyo.

Yo me paralicé, no dije una sola palabra y así permanecí todo el trayecto hasta mi casa.

Ya en mi cuarto, tomé el libro “Ya sé leer”, cuyo título no se identificaba para nada conmigo, y comencé a repasar la lección de “mi mamá me mima”, todo un hit parade de los lectores principiantes. Pero la verdad por más que trataba era inútil; así que esa noche tomé una decisión casi suicida: Le pedí a mamá que me llevara con Nina, si ella no me ensañaba a leer, nadie podría.

La Nina era la abuela de mi primo Alfredo, quien era famosa por sus métodos estrictos de enseñanza. Un solo grito de su parte te dejaba petrificado. Pero La Nina era la única opción que tenía para hacerme con el casete donde vivía Mazinger Z.

Hey you,
¿nos brindas un café?