El carpintero sube al primer piso. Tiene una mochila con sus herramientas y un serrucho. Él y yo acercamos las maderas previstas para renovar los estantes de la biblioteca. Él, apacible, corre las cosas, acomoda las herramientas y empieza a hacer agujeros en la pared. Prepara el pegamento e instala las tablas indiferentes en sus lugares.
Mientras trabaja me habla de la seguridad y del crimen en los tiempos que corren. Sostiene que la enfermedad nos acorrala. Y remata: “al final, lo único cierto es la muerte.”
El carpintero se llama Jesús y no fuma. Lleva una manzana en su mochila como indicio de sus intereses.
Al rato, frente a la multitud de volúmenes que pueblan mi biblioteca, me pregunta por qué tengo tantos libros. No tengo una respuesta. O al menos en ese momento no surgen las palabras que puedan transmitir una explicación. Jesús sigue con el serrucho y deja de hablar. Al rato, como si quisiera acomodarse a la situación, me dice que en un tiempo coleccionaba la Destape, una revista porno de los ochenta.
Yo lo escucho y pienso, más tarde, que el carpintero es un filósofo que sabe vivir la vida.
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