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El atentado

Aunque debería, no voy a escribir del «atentado», en primer lugar, porque aún es temprano para creer si en efecto, lo fue, y, en segundo lugar, porque la crisis venezolana se profundiza, y cada día más, crece el costo de superarla. A mi juicio, poco interesa al ciudadano común lo anecdótico de un ataque que de haber sido verdadero, no dejó de ser una acción inerme, que, como resulta obvio, favorece al discurso oficial.

En medio de la incredulidad general, que se inclina a creer que se trata de un montaje del propio gobierno para victimizar a Nicolás Maduro, cuya popularidad se hunde como una máquina de escribir, o, en el caso más exagerado, un accidente con unos equipos para televisar el evento (aunque un grupo se atribuyó el atentado), la élite lo aprovecha para distraer la atención de lo que a juicio del más lerdo es evidente: los últimos anuncios económicos, lejos de aquietar miedos, los han exacerbado, y, como se ha podido leer en infinidad de comentarios por las redes sociales en días recientes, empieza a construirse un consenso mayoritario alrededor de la idea que unos pocos líderes han advertido desde hace tiempo: la crisis solo es superable luego del cambio de gobierno.

Maduro prefiere un atentado, para ver, si con suerte, también tiene él su 11-A y desde luego, su 13-A (o la consolidación del poder, que sería más apropiado). Lo dudo, lo dudo mucho. El mal llamado presidente obrero, que entró a C.A. Metro como ficha de la Liga Socialista con fines proselitistas, carece del carisma que sí tuvo su predecesor, aunque fuese igualmente un felón que primero que este, le entregó el país a potencias extranjeras para favorecer un proyecto político continental y no a los ciudadanos, que hoy, depauperados, ultrajados, ya comienzan a lucir como un perro rabioso, como una fiera acorralada. La élite prefiere la tesis del atentado porque además las grietas, las fisuras y las roturas son plausibles en la alianza oficialista. No es raro, mercenarios la mayoría de ellos, tan cobardes como el dinero mal habido, se arrojan al mar ahora que el barco se hunde.

Más de cien oficiales presos por «conspirar», entre los cuales se suman oficiales de rango superior; un nutrido grupo de chavistas descontentos por la forma como se ha venido conduciendo lo que ya ellos también consideran una dictadura militar, y que podría acarrear la pérdida del poder (y sus prebendas), y quienes ya complotaron en el pasado; cientos de protestas a diario, por un descontento que crece, y con él, la rebeldía de una población legitimada para desconocer al gobierno, a la élite que de este país ha hecho su coto personal y de nosotros, sus siervos. A mí me luce obvio, el miedo progresa en el gobierno. Saben ellos que en efecto, la posibilidad de verse presos por sus crímenes, cada día parece más clara.

No digo con esto que esté dispuesto a negociar, porque envenenados por sus dogmas y forzados por sus jefes en el extranjero, el gobierno se radicaliza. No dudo que, verdadero o aparente, el atentado les servirá para reprimir más. Sé que ahora vendrán detenciones y arrestos, y también torturados, para que confiesen lo que la élite desea que sea.

El refranero popular nos dice que nunca es más oscuro que justo antes del alba. No soy dado a los refranes, pero, vistas las cosas, esta vez podría ser cierto. La torpeza con la cual el gobierno ha venido manejando la crisis no solo ha desnudado la pusilanimidad de los sectores que le han ayudado a mantenerse en el poder, sino lo más importante, lo que empieza a ser una idea recurrente en los medios de comunicación: no habrá solución posible si primero no se construye la transición hacia un modelo democrático, genuinamente democrático.

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