Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
paola maita
Photo by: r. nial bradshaw ©

El año que no pasó

Soy de esas personas a las que les gusta cumplir años, que siente el día de su cumpleaños como un día perfecto para celebrar que está viva, que tiene personas que la quieren y se acuerdan de ella. A pesar de que lo asocio a algo positivo, siento que ha sido un año que no ha pasado. Otra vez cumplo años en medio de la misma pandemia.

Como para todas las personas del mundo, mi vida se detuvo de alguna manera en marzo de 2020. Por un lado, hubo procesos que siguieron su curso. Por ejemplo, mi cuerpo. Mi piel, músculos y huesos son un año más viejos.

Por otro lado, están las cosas sí que se vieron afectadas. El ritmo de mi vida laboral cambió, mi vida social ha ido andando a trompicones, emocionalmente a veces me cuesta reconocerme y, creo que sin la pandemia, no me habría interesado hacer el viaje introspectivo que he hecho este año.

Si en estos meses, durante los cuales he pasado la mayor parte del tiempo encerrada en casa intentando sobrevivir a una situación que jamás imaginé, y muchas cosas han marchado dando tumbos al ritmo de una melodía desafinada… ¿Puedo decir que realmente los viví? ¿En algún momento tuve 32 años de verdad? ¿Cuentan si casi todo lo que viví ocurrió en mi mundo interior? La verdad es que no lo sé.

En algún otro momento, S. y yo siempre hemos dicho que sentimos que las circunstancias en las que crecimos en Venezuela de alguna manera nos robaron una parte de la juventud normal que vemos que personas de otras latitudes pudieron tener. A veces, mis 13, 19 o 24 se sienten menos reales cuando los comparo con las vivencias que tuvieron, en esas mismas edades, mis amigos españoles. Ellos podían tener la libertad de disfrutar sus espacios de una manera que para mí era impensable por la inseguridad o por razones económicas. Eso hace que haya días en los que me pregunte qué tanto viví realmente.

Sin embargo, para intentar justificar de la misma manera de que no he vivido los 32, ese argumento no es suficiente. Mis 32 son los mismos 26 o 38 de amigos, sin importar donde vivan. A todos se nos congeló la vida por la misma razón.

Hago un recuento de lo que he vivido, una especie de inventario de recuerdos ligados a un número que me cuesta reconocer como vivido de puertas para afuera. Intento creer que un puñado de anécdotas sacadas con pinzas de estos 365 días valen lo suficiente como para justificar que ha pasado un año, pero no lo logro.

Deseo algo físicamente imposible: Que quien sea que esté a cargo del Universo, me devuelva mis 32. Soy consciente de que suena como la pataleta de un niño en un pasillo de supermercado pidiendo que le compren una chuchería. Quiero aferrarme a la idea de que todo lo que vivimos nos suma y nos convierte en la persona que somos en cada momento, incluyendo estos años que parecen no haber sido vividos.

A pesar de ello, no puedo evitar que de fondo suene en mi cabeza la canción de Lesley Gore que dice It’s my party, and I’ll cry if I want to, mientras mentalmente brindo a la salud del año que estoy convencida que no pasó.


Photo by: r. nial bradshaw ©

Hey you,
¿nos brindas un café?