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Edad del Solo

Solo en las mitologías, en la Edad de Oro o en el Edén, el humano ha estado satisfecho, ignorante y contento. Sin embargo, esta época de ansiedad y depresión, está marcada por una contradicción interesante: la cantidad de opciones y posibilidades nos aíslan.

Por un lado, la necesidad de prosperar en este modelo económico frenético, atiborrado, deja demasiadas expectativas en el horizonte. No es que hayan muchas opciones laborales, sino que hay muchas para formarse, además de posibilidades no tradicionales que han surgido en años reciente.

Desembocamos en un estado delirante de autoformación, donde el concepto de “completación” no existe. El área laboral —uno sobrepoblado— exige no solo una formación académica de larga jornada sino la adquisición constante de soft skills. El que no se actualiza, no es rentable y por ello es inservible; asimismo el sendero de una carrera puede cambiar de dirección en cualquier momento.

A esto le añadimos la reciente idealización del emprendedor o el entrepreneur. Es una carrera secundaria, paralela a la primera. No solo es un método de supervivencia antes salarios precarios y condiciones de vida más exigentes, sino una forma de valorarnos: nuestro tiempo libre está dedicado a crear, a monetizarse sin tregua.          No solo somos nuestra carrera, también somos nuestro negocio personal.

Una compañera de trabajo, que además de su puesto vendía billeteras, suspiró una vez diciendo que sentía que no había hecho nada con su vida. La barra del éxito está por encima de cualquier expectativa, y el sobretrabajarse nos aísla de los demás.

No es mal exclusivo de nuestro tiempo el deseo de ascender socialmente o alardear de propiedades materiales, pero sí el de detestar el ocio. La reflexión y la contemplación son vistos como valores ajenos, inaccesibles a quienes tenemos que trabajar y, cuando no lo hacemos, socializar.

Y este es el otro punto. La socialización se convierte en un espectáculo, uno que debe ser exhibido como obra o faena en las redes sociales. El wanderlust, etiqueta predilecta para definir a los viajeros constantes; la exposición de nuestros pasatiempos y habilidades; o, inclusive, lo estético que debe verse el descanso porque tiene que ser fotografiado, vuelve extenuante el tiempo libre.

No es raro que surjan figuras como el influencer, que similar al socialité de antes debe lucrar de la recreación. A menor medida, cualquier usuario de redes sociales sigue este patrón y el tiempo ocioso se convierte en trabajo. Escribir en un blog, subir fotografías a Instagram o Facebook se convierte en modelo de un negocio, inclusive cuando la única moneda de pago es la exposición.

Asimismo, el amor ha sufrido un destino similar al del mercado. El sujeto romántico estaba también solo, su amor tenía un destino fatal pero al menos tenía la disponibilidad de tiempo para sentir, o para ejercer un simulacro de los sentimientos como ejercicio estético que se convertía en ejercicio vital.

El amor líquido, definido por Bauman como el temor al compromiso profundo, duradero porque sería una amenaza a nuestros intereses como individuos, tiene un aumento obvio sobre la soledad, pero también es un aliciente para la ansiedad.

El individuo sobretrabajado no encuentra refugio en su hogar ni en las relaciones interpersonales. La búsqueda de una pareja amorosa responde a la misma lógica de la demanda: sobresaturado de opciones.

Tanto así que se sabe sujeto y objeto al mismo tiempo, puede desechar pero acepta que será desechado porque la opciones y aplicaciones brindan un catálogo demasiado variado.

Como defensa ante esta realidad, aparecen los llamados a la individualidad.

No es que no hayan existido las Anna Kareninas de ambos sexos siempre, ni que no se hayan roto las promesas de amor eterno porque tenemos suficientes evidencias materiales al respecto en poemas desde la antigüedad, sino que ya casi no existe el eterno mientras dure. No hay noción de ser la única persona de la otra aunque sea por un instante: se sabe que hay demasiada exposición mediática, demasiados mensajes y lo sabemos mutuo. Todos les pertenecemos a nuestro público personal.

La soledad es un aspecto inevitable de la vida, necesario, y por supuesto, manejarla es una virtud. Sin embargo, nuestra sociedad pasa de la soledad al aislamiento. Una incapacidad de sostener vínculos se une a la repetición de ser desechado por amistades y parejas.

Esa necesidad de reinventarse constantemente para surgir en el mundo laboral, además de buscar el emprendimiento, de convertir el tiempo libre en un espectáculo y saberse desechado, reemplazable en el aspecto amoroso, nos satura hasta desanimarnos y aumentar los índices de angustia globales.

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