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paola maita
Photo by: Koen Jacobs ©

Duelo digital

Considero que soy de la generación que vivió la verdadera transición de un mundo en el cual todo era físico a otro en el cual vivimos la mayor parte del tiempo en internet. Recuerdo que en mi adolescencia chateaba en diversas plataformas para conocer gente de otros lugares, y que después de salir de clases, contaba con el ya difunto MSN Messenger para seguir la charla con mis amigos del colegio. 

En aquel momento, creo que las barreras entre las relaciones virtuales y reales estaban bastante más claras que ahora. Para mí, el que estaba dentro de la computadora no trascendía a mi mundo real. Sin embargo, con el tiempo va cambiando el grado de involucración que tengo con personas que no conozco en la vida real. Podría parecer extraño sentir que conoces personas solo porque las sigues en alguna red social o porque ves sus vídeos en YouTube, pero me encuentro que cada vez es más fuerte la sensación de que esas personas son casi parte de mi vida.


Desde hace un buen par de años, he hecho yoga intermitentemente con una mujer que tenía su propio canal. Cada vez que he querido hacer yoga en casa, me ponía uno de sus vídeos. Llegué a acostumbrarme tanto a su tono de voz y a la manera de dirigir las posturas, que la comparaba con los profesores reales cuando iba a clase en estudios y gimnasios. Realmente, sentía que era mi profesora, aun cuando jamás he hecho una clase con ella en la vida real.

Hace poco, sentí una necesidad inmensa de hacer alguna rutina. El cuerpo me pedía estirarme. Fui a su canal, revisé los vídeos más recientes y me puse alguna rutina suave. Como siempre, disfruté mucho la clase con mi profesora. 

Al terminar la rutina, leo en los comentarios del vídeo que había muerto. Comienzo a leer más comentarios a ver si se trataba de alguna confusión, pero todos iban en la misma línea. Incrédula, tal como cuando te dan una noticia que te impresiona, fui a buscar más información en internet. En efecto, la mujer había muerto a finales del año pasado. Me sentí tan triste como si se hubiese muerto una conocida con la que tenía una relación cordial, o algún profesor con el que he coincidido alguna vez. 

Comencé a cuestionarme si era normal que sintiese la pérdida de una persona que solo conocí por vídeos, que jamás supo de mi existencia, con la que no interactué de ninguna manera… ¿Realmente había perdido a alguien?

Me vinieron a la mente las palabras de una de mis profesoras de Psicología que decía que era posible sentir la pérdida hasta de un bolígrafo. Claro, un bolígrafo tiene sentido, lo has tenido en la mano, pero ¿De qué conoces tú a la señora de los vídeos de yoga?, pensé.

La verdad es que solo conocía lo que publicaba en YouTube, y nada más. No obstante, el argumento era insuficiente. Por mucho que intentase racionalizarlo, me seguía sintiendo triste.

Es verdad que no tuvimos contacto personal alguno, pero eso no implica que no me haya influido o acompañado a encontrar la paz mental que tengo sobre mi mat de yoga. Su voz me ha acompañado durante años en múltiples procesos personales: períodos de estrés en la universidad, la preparación para migrar, la llegada a un país nuevo y luego un confinamiento por una pandemia. Aunque no lo haya sabido, en mi cabeza sus palabras tienen un peso.


En la superficie, parece que hemos aceptado de muy buena manera que estemos rodeados de muchísimas influencias virtuales. Todos los días, vemos y leemos a cientos de personas en múltiples plataformas. Con muchas de ellas, quizás jamás lleguemos a tener una relación personal en el mundo real. A pesar de ello, pueden tener un peso e influencia en nuestras vidas incluso mayor que personas de la vida real. 

A medida que se van desdibujando las barreras entre un mundo y otro, es más difícil mantener los sentimientos atados a uno de ellos.

Haber abierto nuestras vidas a un espacio virtual, también nos ha hecho más vulnerables a emociones venidas de allí, y no sé si siempre somos conscientes de ello.


Photo by: Koen Jacobs ©

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