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daniel campos
Photo by: Katsujiro Maekawa ©

Dos soles de enero

Sábado. El sol de verano mesoamericano sobre el Valle Central de Costa Rica ilumina el cielo de un azul lapislázuli intenso, dibuja perfectamente los relieves y rugosidades verdosas de las montañas que rodean al valle, da brillo a los colores púrpura, lila y magenta de las bougainvilleas floridas y calienta la piel de mis brazos y rostro, tostándola un poquito antes de mi viaje de regreso al Norte, a los barrios brooklynenses donde resido y trabajo.

Domingo. El sol de invierno boreal en Brooklyn, al norte del Trópico de Cáncer, pinta de celeste pastel el cielo, da una sutil luminosidad a las nubes altas y dispersas y acaricia la piel de mi rostro sin broncearla. A mi amiga Sol, venezolana emigrada a Lisboa, le escribo: «Hoy, sobre estas costas del Atlántico que nos une, hace un sol de enero, brillante y suave».

Dos soles, dos cielos, dos latitudes, una piel, una vida, un corazón.


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