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Dos Héroes

Esto es el maratón de Nueva York. “Corre Arturo” le grita desde la acera un espectador a un méxicano que estaba en la calle 72 con 1ra avenida. Se sabe que es mexicano porque tiene una camisa verde selva que dice Mexico. También se sabe que se llama Arturo porque abajo de México pone la firma.

“Vamos cabrón” le gritan desde la otra acera. Pero Arturo no tiene demasiadas ganas de seguir corriendo. Las piernas le flaquean, y la piel canela empieza a verse más como piel arroz. Algo está mal con Arturo, los ingredientes no son los de la receta y los pasos no son como los de los demás corredores. Se detiene y se pone las manos en las rodillas. Mira al suelo posiblemente buscando donde caer. Tose un par de veces y ahí, con una multitud de testigos, vomita el alma.

La gente reacciona con un sonido entre el “Awww” y el “Ughhh”. Entre el asco y la lastima. De los locales salen los trabajadores a curiosear, a ver a Arturo sufrir. Él lo deja salir todo, se limpia con la “X” de México, toma un trago de agua que le alcanzan desde la baranda y se para a recuperar el aire.

Entre los curiosos, dos mexicanos que trabajan en una pizzería cercana se aburren de ver y empiezan a hablar mientras cargan bolsas de harina que parecen pesar más que Arturo. “No mames, pobre”. Las cargan como si no estuvieran haciendo demasiado. “¿A qué hora sales esta noche?”  pregunta uno de los dos. “Hoy me quedo todo el turno, hasta las 12 de la noche”. Eran las 2 de la tarde.

Arturo sigue reposado en la baranda, recuperando el aire y color perdidos. Se le ve mejor, y lo asisten voluntarios de la carrera. La mirada es de resignación mientras ve su reloj y los cientos de corredores que lo dejan atrás. Estira las piernas, levanta la cabeza, pero vuelve a agacharse. Pide más agua y vuelve a llenarse el pecho de aire. “Vamos Arturo” le gritan otros compatriotas desde la acera.

Los mexicanos de la pizzería vuelven a ver y se ríen. “Arturo no puede cabrón”, mientras siguen cargando bolsas que parecen no terminarse. Hace frío, pero ellos sudan. Cada músculo de su cuerpo cambia de forma cada vez que cargan una bolsa. El esfuerzo es su único abrigo y la temperatura no parece molestarles. Terminan con las bolsas y vuelven detrás del mostrador. El supervisor les habla y empiezan a amarzar. No hay tiempo para detenerse, para recuperar el aire. La pizzería está llena y los dos hombres empiezan a estirar la masa y a bañarla en salsa y queso, las meten en el horno, las cortan, las sirven y vuelven a empezar el ciclo.

El mexicano corredor ya se ve recuperado. Estira una vez más y arranca a correr mientras los hombres de la pizzeria lo ven alejarse. En la jornada hay algo de heroico, así como lo de Arturo.

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