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Doce de octubre del dos mil veinte

La imagen se repitió varas veces en el televisor. Uno de los protestantes frente a la Casa Presidencial de Costa Rica usaba la bandera como jabalina mientras un grupo intentaba botar las barreras de seguridad. Al fondo, la fuerza pública se escudaba a lo guardia pretoriana y apenas cedió la barrera empezaron a lanzarse las estelas blancas de los gases lacrimógenos.

Las cámaras siguieron a los oficiales en su persecución de manifestantes dispersados. Vimos como corrían en el Parque Nicaragua, las pedradas, los doce arrestados siendo lanzado a las perreras y la salida motorizada de los linces. También transmitieron, como en un reality, a los oficiales en sillas de ruedas y vendas en la cabeza, mientras esperaban atención médica en la Clínica Carlos Durán. Por poco no se mostró cuando les dieron puntadas o los resultados de sus placas.

Sí, doce de octubre, justo en la fecha que se recuerda la llegada de Colón hace quinientos veintiocho años se dio uno de los enfrentamientos más violentos en los últimos años de la historia costarricense. En otras protestas, en México, se derribó también una estatua de Cristóbal y ya los comentarios en redes sociales redundaron que no se celebra este día, se conmemora nada más. Otros, los más exagerados, lo enlutan.

Costa Rica lleva días con bloqueos en carreteras, protestas y enfrentamientos desde que el gobierno anunció que, para solventar un préstamo al Fondo Monetario Internacional, se recurriría a un paquete de nuevos impuestos incluyendo medidas tan draconianas como triplicar la tarifa de vivienda o incrementar la renta a salarios de la clase media. El descontento social, ya toreado por las verónicas de la pandemia y sus restricciones, encontró un punto crítico.

Esto no es exclusivo de algunos países: el filósofo inglés John Gray, desde la Escuela de Economía de Londres, asegura que con la pandemia los gobiernos irán cayendo. Por supuesto no se refiere a un apocalipsis anarquista, sino al ahondamiento de la crisis que la humanidad anda arrastrando desde Mesopotomia y que cada cierto tiempo acaba estallando, trayendo cambios ideológicos. Para los que somos gatopardistas, creemos que se tratará de cambiar nombres y sistemas pero que en resumen, todo seguirá más o menos igual.

En una noticia más inocua, durante la ampliación de una carretera, se encontraron tumbas precolombinas con cantos rodados, huesos milenarios y un águila arpía de oro (para los indígenas era uno de los muchos avatares de su dios) que suponemos usaban como pendiente en una sola oreja por la sencilla razón que no apareció el otro. La historia está debajo de nuestros pies, como recordamos cada doce de octubre, pero también en frente de nuestros ojos, como atestiguamos cada día.

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