Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Disculpas por la banalidad: Las lunas de Júpiter de Alice Munro

Algunos críticos clasifican a Munro dentro del gótico sureño de Ontario, lo que nos llevaría a pensar en Faulkner y en O’Connor, a quienes, en efecto, los críticos la han hermanado. En la solapa, Cynthia Ozick trae a Chejov, por supuesto. Sin embargo, leyendo la edición blanca (Debolsillo), de tapa dura que salió en 2013 en honor al Premio Nobel de la canadiense, uno piensa más (si todavía estuviéramos obligados a hablar de «influencias» o «paternidad literaria») en Balzac: ahí está el ascenso social, la sutil lucha de clases, la costumbres rígidas en las granjas protestantes del Canadá de provincia.

Los personajes de Munro, como los de Balzac, son banales y se regodean en su banalidad y de ahí mismo pueden surgir sus sacrificios o deleites. En un relato su narradora, después de contar un sueño que peca de ingenuidad donde todos están vestidos de blanco como se representa el cielo en la televisión, dice: «todo trivialidad e inocencia…no puedo pedir disculpas por la banalidad de mis sueños».

El relato mejor compuesto es Los Chaddley y los Fleming. Separado en dos secciones, nos relata ambos lados de la familia de su protagonista, sobre todo, sus tías. A modo de novela en miniatura, ocurren desgracias, la caída de la familia desde Inglaterra, la visita a la rama que los recibe con timidez campesina, el mal matrimonio de la protagonista, mueren sus familiares, busca la tumba de un ermitaño que conoció a su abuelo paterno entre otra serie de peripecias de la genealogía.

En Accidente o Las lunas de Júpiter se utilizan estrategias similares. Las narraciones de Munro son así: saltan en el tiempo, regresan a memorias que iluminan la bruma, se detienen en observaciones o un diálogo contiene otro o varios relatos. Eso pasa en Visitas donde cuentan la leyenda urbana de un hombre que se fue a vivir al bosque. No es un capricho: es la segunda vez que se menciona el ermitaño en un libro donde se hace tanto hincapié en la boa constrictor de la costumbre social. Una tesis: «la vida sería maravillosa si no fuese por las personas».

Tanto La señora Cross y la señora Kidd como Temporada de pavo, exponen la violencia sexual y los impulsos, pero vistos desde la perspectiva de los débiles. En el primero, desde una dupla de ancianas en un asilo, y en el segundo de una adolescente quien se describe como demasiado nerviosa.

El relato menos afortunado es Prue. Aquí el centro está en un pequeño delito sin importancia que comete la protagonista. Es precisamente lo opuesto a lo que hace a Munro una narradora diligente y recuerda demasiado el relato tradicional con final sorpresivo; el mismo que uno de sus personajes critica diciendo que «llegaron a ser demasiado pronosticables…¿a quién le importa la forma en que suceden las cosas?».

Si podemos hablar de autores de juventud, Munro es precisamente lo opuesto. Es una autora pausada, sin aventura, milimétrica, que nos pide cierta empatía y paciencia. Y, de nuevo, su banalidad viene precisamente porque la adultez es banal. Munro sabe retratar esto a través de sutileza y distintos matices del comportamiento humano.

Hey you,
¿nos brindas un café?