Diógenes es mi maestro. Deambuló por calles, bosques y baldíos. Imagino que las ramas le raspan la cara y su perorata resuena en medio de los árboles. A los hombres grita con la lámpara mínima en la mano. Nadie lo escucha. Habla para sí mismo y para su mujer.
Cuando siente que llama la atención de unos ciudadanos inicia la cópula en medio de la multitud. Es un perro feliz que lucha entre las heces y que se burla de las falsedades de los que miran. Es una especie de mimo improvisado.
Como las feministas que veo en el subte o los “cirujas” en las veredas se siente el dueño de sí mismo. Ni siquiera Alejandro Magno tuvo esa potestad. El emperador le temía a la muerte. Diógenes no le teme a nada. Copula como un ejercicio filosófico.