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¿Qué soy? Dilema de los hijos de inmigrantes que ahora son inmigrantes

Hay generaciones de familias que han nacido, crecido y se han reproducido en un mismo lugar durante mucho tiempo. Siempre hay una abuela, una tía, una madrina o una prima que no es familia pero igual le dices “prima” y que te cuenta historias de los vecinos, las costumbres y lo que hacían tus padres cuando eran pequeños. Para ellos, conocer su historia y definir qué son es muy fácil.

Pero para otros, a veces no es tan fácil definir su identidad nacional. 

Al igual que yo,  somos muchos los hijos de portugueses, españoles, italianos, chinos, árabes o judíos que llegaron a Venezuela en aquella época de los 70-80s que es recordada con cierta añoranza y nostalgia y la cual mi generación no tuvo la oportunidad de disfrutar. 

Crecí escuchando historias como “Venezuela en los 70 nos recibió con los brazos abiertos. Se podía montar cualquier negocio y hacías plata” y “el venezolano era alegre, amable y colaborador”. Esa generalización me da a entender que la mayoría de la gente era así. Lastimosamente eso tampoco lo viví. 

Crecí sin entender porque había gente que comía arepas mañana, tarde y noche mientras que para mí era una comida esporádica. Crecí sabiendo que era venezolana y que estaba en Venezuela, pero en cada reunión familiar el idioma de conversación no era el castellano. Crecí escuchando historias de dictaduras europeas, de tíos que fueron a África a luchar en las guerras de descolonización y de lo difícil que era la vida en la Europa de la post-guerra. Nunca escuché de la Llorona o el Silbón sino hasta mi adolescencia. 

Crecí siendo “la portu”.

Sin embargo, escuchar “Venezuela” de Luis Silva me eriza la piel cada vez que la escucho, defiendo la intelectualidad de los tequeños, las cachapas y las hallacas como si hubiese sido mi propia madre quien los inventó. Me parece que los tambores son geniales aunque cada vez que intento bailarlos mis raíces europeas son las que responden por mí con un movimiento torpe y lejano de lo que debería ser en realidad. 

Cuando me preguntan “¿De dónde eres?” me toma varios segundos dar una respuesta. Por lo general es “Soy de Venezuela, aunque toda mi familia es de Portugal”. Si digo que soy de Venezuela solamente siento que estoy dejando a un lado parte de una historia y de una cultura con la cual crecí y la cual siento que es parte de mí. Pero si digo que soy de Portugal, estoy siendo malagradecida con el país que me vio crecer. Es complicado poder encontrar una identidad. 

Desde que vivo en Perú (hace 6 meses) me encuentro con un nuevo dilema. Ya no soy “la portu”. Ahora soy “la venezolana”. Por primera vez después de 25 años ya no soy “la portu”. Siento que ahora respondo a una nueva identidad a la cual no había estado acostumbrada. 

A veces el único consuelo es considerarme “Ciudadana del Mundo” y creo que muchos estamos migrando a esa idea. Apreciamos lo bonito de cada lugar, valoramos la cultura de cada país y de cada pueblo, borramos las barreras de nacionalismos recalcitrantes que lo que traen es división y los sabores de cada pueblo son tan fascinantes como la comida de nuestra casa. 

¿Será esta una de las maneras de acabar con los nacionalismos, las diferencias entre  los pueblos y terminar de borrar esas líneas imaginarias que nos dividen y generan mas guerras que la paz?

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