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Lupe Montoya
viceversa magazine

El día que maté a Álvaro Uribe

Uribe tuvo la culpa de que lo matara, pero la idea no fue mía, fue una sugerencia de William Ospina. Aquella semana arrancó con el triunfo del Centro Democrático y la posibilidad de una segunda reelección, en sentido figurado, para Uribe. La desolación gobernaba y aunque la derrota en las urnas era recién nacida, entristecía la paradoja de presentirla hija por los siglos de los siglos. La semana empezó mal, y en Cali, los disturbios protagonizados por conductores de la empresa Coomoepal, como respuesta a los operativos que sacarían de las calles a los buses con rutas canceladas, entorpecieron la movilidad. La culpa es de Uribe, pensé, la gente dice que tenemos MIO por que los buses los hizo, los trajo y los vendió él.

En el ambiente rondaba algo mortífero, pero en medio de todo, algo de redención traía el anuncio de la visita de William Ospina a la Universidad del Valle ese 12 de marzo del 2014. Aquel día me levanté decidida a asistir al conversatorio convocado en el Auditorio Antonio J. Posada a las 5:30 pm. En la mañana revisé mi monografía y me quedé pensando en esas cosas que no funcionan en mi país: Uribe. A las 2:20 pm, aproximadamente, inició una tormenta que la prensa recordaría como la más grande en la última década de la ciudad. Mi segundo piso se inundó: Uribe. La energía y el agua de chorro se extinguieron. Me bañé bajo la lluvia. Rumbo a la estación del MIO y con paraguas en mano, imágenes de solidaridad, heridos, inundación, poca ropa, poca sensualidad y mis zapatos rotos. Media hora después de esperar la p74b, regresé a la casa por la bicicleta.

El camino a la Universidad es simple, un paseo por la Autopista Sur Oriental hasta la Luna y luego un recorrido que varía entre la calle 14 (ruta que sustituí por el asedio de la papagayo “tableroverde”) y la Pasoancho (ruta que evito por el asedio del MIO). Aunque el panorama era desastroso y el agua me llegaba hasta las rodillas, reconozco que todavía siento alivio por aquella visión.

El auditorio Antonio J. Posada se llenó, nos trasladarnos para el auditorio 5 y a las 6:30 pm inició el asunto. El conversatorio no fue cosa del otro mundo. Ospina lució sereno y respondió a cada pregunta sin pretensiones de objetividad. Aclaró que le preocupan las elites, la cultura popular y la literatura. Aceptó que no lo sabe todo. Hubo aplausos, episodios de risa y a veces, mucho enojo. Afuera persistía la amenaza de lluvia y hacía calor, pero el auditorio perduró lleno hasta el cierre. Camino a casa todo parecía haber retornado a la calma, pero yo no dejaba de pensar en aquella lluvia que cobró una vida y se azotó enojada contra el asfalto como intentando recuperar algo perdido. Las palabras de Ospina no me dejaron dormir: “matar es un ejercicio literario gozoso”, así que me levanté decidida y empecé a escribir.


Photo Credits: Rodrigo Díaz

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