Todos los viajes implican una despedida.
La estación Denfert-Rochereau es la habitual para coger el RER B que intercepta las líneas 4 y 6 del metro de París. El RER es el tren que va hacia las afueras de la ciudad y debe tomarse específicamente el “B” cuando se busca dirigirse a los dos aeropuertos principales que en este caso son el Aeropuerto Charles De Gaulle y el Aeropuerto de Orly. Existe uno llamado Le Bourget pero éste último no es para vuelos comerciales entonces no viene al caso, solo es mencionado por si algún purista de aeropuertos está leyendo.
Hay docenas de sentimientos que pueden plantearse cuando se mira lo que sucede en la estación Denfert-Rochereau. El primero que se podría mencionar es ese que representa a quienes van seguido al aeropuerto a buscar a alguien. Para ellos, si van a Orly partiendo desde Denfert-Rochereau, quedan aproximadamente veintiún minutos para llegar a la estación Anthony, donde luego tomarán la conexión con el OrlyVal que es un tren exclusivo que va al terminal y el tiempo estimado en llegar será de ocho minutos o diez, dependiendo si van a OrlySud o al OrlyOuest. Luego de estos quizá treinta y un minutos, solo quedará un plazo incalculablemente corto para la “Bienvenida”, que no es más que el título para la cuenta regresiva hacia una despedida. Para quienes desde Denfert-Rochereau van a Charles De Gaulle, la tortura será solamente de veinticinco minutos. A esto se le podría llamar tristeza.
Está aquel sentimiento que padece quién siempre se está yendo a cualquier parte, por trabajo, por necesidad, porque así le está tocando y París es la ciudad de paso. En un tren muchos están viajando por primera vez a un aeropuerto que jamás verán de nuevo, o quizás verán muchas veces y consecutivamente. Si usted busca reconocer a este tipo de gente, el equipaje siempre es pequeño, no hay mapas pues no son turistas, no hay conversaciones pues no siempre hablan al francés, no hay motivos de roce pues no hay relaciones duraderas que se quieran entablar. A esto se le podría llamar soledad.
Denfert-Rochereau es un país muy grande cuando no se sabe el destino final. Sin embargo, si París es una ciudad en la que se han encontrado puntos de reencuentro, lugares comunes, emociones y tentaciones, una estación de tren es un nombre que queda guardado en la memoria porque equivale a regresar. Los trenes pueden trazar fronteras entre el siempre o jamás. Lo explica muy bien una canción de Vetusta Morla titulada “Copenhague”. A esto se le podría llamar melancolía cuando no se tiene claro el regreso, esperanza cuando la probabilidad es alta, emoción cuando es casi un hecho.
Cuando París es casa, al pisar el RER B los pasajeros siempre llevan compañía. Esos lazos entre sí solo pueden interpretarse en lengua materna. Cuando una mano va sosteniendo un bolso y la otra va agarrándose del tubo del vagón, los ojos evocan en idiomas particulares que en español resumiríamos en un “te voy a extrañar, amigo (a)”. Si no fuese en la Denfert-Rochereau sino en la época pre-colombina los waraos usarían la expresión ma jokaraisa, que equivale a decir mi otro corazón para nombrar a un amigo muy querido, y los caribes utilizarían la expresión “enuuruta vañño”, que en kari’ña equivale a estar en el ojo de alguien. Este es el sentimiento que representa ese lugar al que se quiere ir más a menudo y a esto se le puede llamar melancolía.
Hay otras despedidas en las que los recuerdos casi son rumores. Es tan usual hacerlo que las palabras se vuelven algodón de azúcar. Frases como: ¡Que te vaya bien! ¡Ten bonito viaje! ¡Ya nos veremos! ¡No quiero que te vayas! ¡Vete antes de que me ponga a llorar! ¡Te voy a echar de menos! ¡Gracias por estos días tan inolvidables! ¡Avísame cuando llegues! ¡Dales abrazos a mis papás de mi parte! ¡La próxima vez tráeme pirulin! (solo válido para venezolanos) ¡Haz dieta cuando llegues! ¡Te amo! ¡Nunca se cómo despedirme de ti!… pierden sentido. Una vez más, adiós. Una vez más, caras que para recordarlas habrá que recurrir a una foto. Las cotidianidades vuelven a ser en singular, Carla Morrison lo interpreta casi con exactitud en su canción “Hasta la piel” y a esto se le podría llamar desarraigo y a veces también desmesura.
En Denfert-Rochereau también deben abordar aquellos que están pensando en esa despedida del sitio minúsculo al que nada les mantiene atados. Un lugar donde no hay familia, donde no hay amigos, donde las cuentas regresivas son para salir de él lo más pronto posible y encontrarse en otro territorio de conexiones que lleven a ninguna parte, y que en todas esas partes que no son nada, pronto puedan encontrarse ellos mismos. A esto se le podría llamar libertad.
Aide-mémoire
Canción: Copenhague de Vetusta Morla
Canción 2: Hasta la piel de Carla Morrison
Extractos en las lenguas indígenas warao y kari’ña del libro “La poesía es un caballo luminoso” de Gustavo Pereira