Investigadores de la Universidad de Lancaster, en Inglaterra, descubrieron que partículas de metal pequeñas, quizás tan pequeñas como una civilización de bacterias, quizás invisibles a nuestros ojos perezosos que sólo andan buscándole lo grande a lo que no lo necesita, se desprenden de los gases de escape de los vehículos, luego de la combustión, y pueden introducirse por la nariz o por los poros y viajar hasta el cerebro humano; o hasta el cerebro del mundo -diría yo si fuera un científico famoso- y agregaría que arrastran la mugre que encuentran a su paso, porque en la puerta de entrada al cerebro hay un cartel que prohíbe arrojar basuras allí.
Y aunque hablen en la noticia del cerebro mexicano, más exactamente del proveniente de la ciudad de México, del D.F., una de las ciudades más contaminadas con extranjería del mundo, quiere decir que la ciencia ha descubierto, o inventado, todavía no se sabe, que al cerebro puede llegar hasta lo menos imaginado y en el momento menos esperado, desde la publicidad en cualquiera de sus presentaciones, hasta las últimas reencarnaciones de los combustibles fósiles, desde las noticias en la televisión en el horario estelar hasta lo que se cuela por debajo de la puerta mientras dormimos y dejamos de vigilar, y vaya uno a saber si lo que nosotros mismos murmuramos entre dientes mientras soñamos, y un poco transmutado por el eco, también se cuela hasta quién sabe dónde, para convertirse al día siguiente en la voz de nuestra conciencia, en la luz a seguir hasta que regrese la hora de dormir en la oscuridad cuando la ciencia tiene todos sus tentáculos en acción. Esa es una de las cualidades de la ciencia: no necesita de nuestra aprobación para usarnos como experimento, ni necesita que estemos vivos para demostrarlo.
Ojalá la ciencia descubra pronto, o invente por lo menos, que, también, todo lo que leemos se cuela hasta el cerebro sin pedirle permiso a nadie, como lo que no leemos, pero nos es leído por alguien que sí sabe leer. A lo mejor con el tiempo revelan, o inventan, que hallaron en esas partículas las mejores líneas escritas de la historia y se las están guardando para su disfrute privado mientras nos hablan de enfermedades incurables y misterios insondables.