Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
paola maita
Photo by: halii_ ©

Desde la punta del meñique

Todo comenzó con la punta del dedo meñique de mi mano izquierda. Mientras me lavaba las manos, sentía ese trozo de mi cuerpo como si hubiese muerto o fuese de otra persona. Era un pedazo muy pequeño. Pensé que se me había entumecido, así que no le presté mucha atención.

Tres días después, mientras cocinaba, no me di cuenta de que me estaba quemando el dedo hasta que sentí calor en el anular. Ahí fue cuando me asusté porque me di cuenta de que ya no era sólo la punta. Se había extendido al resto del dedo.

Era raro. Podía moverlo, pero no lo sentía. Era un títere pegado a mi mano. El adormecimiento había sido tan lento que no había notado su progreso. En el camino al hospital, sólo pensaba en mi dedo mientras jugaba con mi mano para ver si el resto de ella respondía igual. Ya en el hospital, noté que se había extendido al resto de mi mano. ¿Cómo era posible que el entumecimiento tardara días en apoderarse de un dedo, pero solo un par de minutos para tomar toda la mano?

¡No siento mi mano!

Mi esposo trataba de calmarme, pero no lo lograba. ¡No sentía una de mis manos! ¿Es que acaso nadie podía comprender la gravedad del asunto? Una enfermera me amenazó con inyectarme un tranquilizante si no me callaba.

Aquí todos están urgidos. Tienes que esperar tu turno.

Era un manojo de nervios, lo confieso, pero ¿qué harían ustedes si no sintiesen su mano? No sólo eso. Es que se veía perfecta. A simple vista, no parecía tener ningún problema.

Me mandaron varios exámenes. Con el resultado de cada uno de ellos, yo iba luciendo más mentirosa. Ningún valor estaba fuera de lo esperado. Todo estaba funcionando como debía.

Debe llevarla con un psiquiatra. No hay nada malo en su cuerpo, le dijo el doctor a mi esposo. No estoy loca, le respondí. Me molestaba tanto que hablase con él y no conmigo, como si yo no pudiese ser responsable de mí.

Es verdad que para ese momento ya no sentía toda la parte izquierda de mi cuerpo y que cada día dormía menos, pero eso no me convertía en loca. Todavía sabía qué era real y qué no. Por ejemplo, sabía la fecha, mi nombre, mi dirección y que una parte de mi cuerpo no funcionaba como debía.

Para cuando obtuve la cita con el psiquiatra, sólo sentía el lado derecho de mi cara y esa mano. Podía ver y mover todo mi cuerpo, pero no sentía nada. Era terrible. No podía hacer nada.

No tener sensación significaba no saber dónde ponía el pie, si estaba agarrando algo frío o caliente o si estaba cómoda. Sólo podía entender mi posición en el espacio si la veía.

Su esposa pareciese presentar algunos signos de psicosis. Está delirando. Cree que no puede sentir su cuerpo.

Otro médico que insistía en hablar con él como si yo no existiese o no pudiese comprenderlo.

Doctor, no estoy loca, de verdad. Sólo necesito que alguien me explique por qué no puedo sentir mi cuerpo.

Estaba siendo educada. No estaba loca. Los locos no hacen eso. El médico me miró con una falsa dulzura, esa que es provocada por un sentimiento de superioridad y no por la empatía.

Claro que no estás loca, bonita. Estás bien. Sólo que necesito conversar con tu esposo sobre lo que te sucede. Estás muy afectada.

Y ahora les hago otra pregunta: ¿Se supone que podría estar de otra manera con lo que me estaba pasando?

Es verdad, tiene razón.

Enseguida supe qué debía hacer para demostrarle que estaba bien. Saqué el cuchillo que llevaba en mi bolso y me lo pasé por el cuello.

¿Ve que de verdad no siento nada?

Jamás olvidaré su mirada de horror. Después de todo, fue lo último que vi.


Photo by: halii_ ©

Hey you,
¿nos brindas un café?