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El derecho a la rebelión

Cuando un régimen genera leyes injustas y gobierna con ellas para satisfacer a minorías, o en su propio beneficio, se transforma en ilícito y puede, por tanto, ser objeto de la rebelión (Santo Tomás de Aquino)

Ricardo Lagos dijo, cuando Augusto Pinochet aún gobernaba en Chile, que la lucha «parlamentaria» contra la dictadura fue una estrategia errada. Esta afirmación aparece en un texto de Gilberto Linares (El derecho a la rebelión, teoría y práctica. 1984) y desnuda una verdad que hoy es palmaria en Venezuela: la oposición luce domeñada por el garrote militar. Distinto de Lagos entonces, la nomenklatura opositora venezolana todavía no admite que su estrategia ha sido errada.

Chávez envileció el sufragio como instrumento democrático. Lo pervirtió para obviar los grandes principios del derecho moderno y degradar la democracia a la infame condición de régimen tumultuario. Palangristas del derecho, que han desnaturalizado la esencia del poder soberano, le construyeron la (falsa) tesis de que el voto avala todo, que el voto es sagrado. Eso no es verdad. Desde antes de fallecer el expresidente, las fronteras entre la democracia y la tiranía ya comenzaban a borrarse. Si bien al principio eran abusos, hoy son violaciones de tal gravedad al ordenamiento jurídico que justifican la rebelión.

Tal vez buena parte de la oposición – quizá la más notoria por su exposición en los medios – no asume su error, bien porque no quiere, bien porque no puede. No lo sé. Tal vez no desea asumir la responsabilidad de gobernar y prefiere mantenerse en espacios mínimos de lucha, como lo manifestó Erik del Búfalo en el programa «Buen provecho», dirigido por Thays Peñalver. Tal vez su liderazgo es incapaz de generar estrategias más allá de alianzas electorales. En todo caso, escupe sobre la razón de ser de la política: el ejercicio del poder (con un fin ético). En todo caso, opta por la cohabitación con un régimen que ha sodomizado a la nación. O por lo menos, eso parece, como lo dijo en días recientes el economista Alexander Guerrero en el programa «Contigo, María Corina Machado», por RCR 750.

El voto ha sido sacralizado y primado aun por encima de los valores y principios sobre los cuales se ha construido el derecho moderno, el cual ofrece, sin lugar a dudas, otras formas para construir la transición de un modelo opresivo a uno genuinamente democrático. La rebeldía no supone necesariamente un alzamiento militar. Esta puede manifestarse a través de varias expresiones igualmente constitucionales y pacíficas.

La transición exige sin embargo, una unidad que trascienda lo que en definitiva ha sido hasta hoy, una simple alianza electoral. La crisis nacional – que ya contamos en muertes por hambre y por inasistencia médica adecuada – exige a la nomenklatura opositora abandonar el ostracismo académico y construir una salida política (esa que construye realidades más allá de las aulas universitarias) en el brevísimo plazo. La gravedad es de tal magnitud y el riesgo de perder los últimos vestigios democráticos tan claros, que posponer la transición es casi tan delincuencial como la ruindad que ha causado la élite chavista.

Todas las estrategias son inútiles si la oposición no crea puentes con los factores de poder, incluyendo al chavismo disidente y a los militares. Sin un frente nacional fuerte, que reúna a los diversos sectores, la transición va a seguir siendo una utopía que usará el régimen para encarcelar disidentes mientras cada vez más ciudadanos pierden su condición hasta ser solo un populacho dependiente de dadivas gubernamentales. El verdadero diálogo no es ese que como un tinglado de polichinelas ocurre en República Dominicana, sino el que debe plantearse dentro del país para construir una fuerza capaz de imponérsele a la élite de modo que dé cauce a la transición democrática que anhelamos los venezolanos.

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