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¿Democracia o dictadura?

Frente al desmoronamiento de la sociedad, se enarbolan seres vacíos que ofrecen otro estilo de gobernar. Nada nuevo bajo el sol, los caudillos se reproducen en un terreno que los nutre: el resentimiento social. En lugar de avanzar en democracia, retrocedemos; en la mayoría de los países impera el populismo, un amplio movimiento que se apoya en injusticias graves y evidentes, se nutre de la clase media y de los pobres agraviados e indignados por la desigualdad. Ante la necesidad de un cambio de régimen, los ciudadanos se dejan llevar por sus promesas de honestidad, castigo a los corruptos y el combate a la corrupción. En cuanto los populistas toman el poder, se vuelven dioses, todopoderosos: la altivez, la prepotencia, la indiferencia, el narcisismo son su carta de presentación. Se acompañan de sus cómplices en los negocios, de sus consejeros. Las obras majestuosas que construirán se facilitan con el amparo del poder. La democracia que prometieron en campaña se degenera en dictadura. Es característico de los populistas enviar un doble mensaje que confunde, alterado en las formas de la democracia. Los populistas se encarnan en partidos de derecha o de izquierda dependiendo del país: Trump, Maduro, Macri, en Argentina, Daniel Ortega en Nicaragua, Bolsonaro en Brasil y López Obrador, entre otros.

El resultado de las elecciones presidenciales en México no sorprendió, era lo que se esperaba. El presidente electo manda un doble mensaje, de pronto parece que siguiera en campaña, luego nos sorprende tomando decisiones como si ya estuviera en el poder. Para cumplir su promesa de cancelar la obra del aeropuerto convocó a una consulta sin sustento jurídico ni valor estadístico. Era obvio que saldría favorable al objetivo: “el pueblo manda”. Deja de lado que ni siquiera el uno por ciento de la población acudió a votar. El truco era burdo, dejaron que tomara el poder, antes de entregarle la banda presidencial.

López Obrador convocó a un ejercicio político, pero, no fue un ejercicio democrático, no fue un plebiscito, no fue un referéndum, nada constitucional, resultó un juego, la regla jurídica dice que no se puede ser juez y parte, pero lo dieron por hecho. El electo presidente arranca su sexenio de manera anticipada, nos muestra el autoritarismo, su estilo cantinflesco: “me canso ganso, les guste o no les guste, váyanse acostumbrando, no estoy de florero y la prensa fifí”. Los que pensaron que la construcción del nuevo aeropuerto no podría depender de una consulta porque legalmente ésta no podría ocurrir, quedaron sorprendidos. AMLO no se cansa de repetir que el pueblo manda, no le importa que lo vean acompañado de su equipo de constructores, los mismos que construyeron el segundo piso. Pero ¡qué importa indemnizar a los afectados del aeropuerto!, ¡qué importa que las calificadoras pierdan la confianza en el país!, ¡qué importa que la obra resulte un elefante blanco!. Al fin y al cabo el dinero no es suyo, lo pagaremos los ciudadanos, ¡qué importan unos millones más que se agregan a la deuda externa! si no son de su bolsillo. Hablamos de unos 100 mil millones perdidos, como también se perderán casi 46 mil empleos directos e indirectos.

Nada nos sorprende, conocemos su estilo, tantos años en campaña nos dejaron ver que no le gustan las instituciones, sus caprichos los vuelve ley, nos recuerda a Hugo Chávez: “mándenme al pueblo que yo sabré obedecer”. Sería bueno recordarle al electo presidente que va a gobernar para todos. Una buena sugerencia: que convoque a otra consulta con todas las reglas de ley, que pregunte si estamos de acuerdo en que se despilfarre tanto dinero. Ya aprovechará a sus constructores en otros proyectos.

Parafraseando al griego Herodoto, el padre de la historiografía occidental. “El tirano hace las cosas a sabiendas de lo que hace; la masa ni siquiera se da cuenta”.

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