Enrique Krauze en su excelente libro de ensayos más reciente “El Pueblo soy yo”, analiza el concepto de demagogia y nos dice que ya en la Grecia del siglo V a.C. “había comenzado a insinuarse en el cuerpo de la democracia para minarla desde dentro, barrenando su tronco mediante el uso torcido, falaz e interesado de la palabra”. Y nos recuerda que Tucídides, Aristófanes, Platón y Aristóteles la estudiaron y escribieron contra ella: ”Comprendieron que la demagogia era una adulteración letal de la verdad, un culto cínico al éxito a través de la mentira, la conculcación de la palabra al servicio de la ambición política”. Krauze cita también a Jenofonte: “La demagogia radica en el mal ejercicio del liderazgo y en una adscripción a un partido político que no busca el bien común de la polis”. Parece que estuvieran hablando del régimen de Maduro. Hay algo de verdad en la antigua máxima ”nihil novum sub sole”.
Norberto Bobbio, uno de los grandes de la ciencia política contemporánea, ha utilizado, en alguna ocasión, el término monocracia, como sinónimo de autocracia, el poder concentrado en una sola persona, pero diferente del poder de la antigua monarquía absoluta, que dejaba espacio para la acción de cuerpos intermedios, como la Iglesia , la nobleza y las corporaciones. La monocracia moderna con vocación totalitaria, como la que estamos viviendo en Venezuela, es como diría Bobbio, “anticonstitucionalista”porque vacía de contenido a la separación de poderes, es antiliberal porque no respeta las libertades, garantías y derechos de las personas frente al Estado, es antidemocrática porque degrada al pueblo al nivel de masa inerte manipulada “clientelísticamente” y finalmente es antipluralista, porque el Estado pluralista es un Estado en el cual no existe una sola fuente de autoridad que sea omnicompetente y omnicomprensiva. Eduard Bernstein dijo una vez: «Es una experiencia eterna el hecho de que todo hombre que tiene en sus manos el poder es llevado a abusar de él, procediendo así mientras no encuentre límites”. Una de las razones por la cuales el sistema democrático es preferible a cualquier otro es que el control popular que la democracia permite ejercer es uno de esos límites. Por eso, Bobbio nos dice que: “toda la historia de la filosofía política puede ser considerada como una larga y atormentada reflexión sobre el tema: ¿cómo se puede limitar el poder?”. En la Venezuela de Maduro ya no existen límites institucionales al poder del régimen.
Michelangelo Bovero, el discípulo y sucesor de Bobbio en la cátedra de filosofía política en la Universidad de Turín, nos recuerda a Polibio y su teoría de las formas mixtas de gobierno. El historiador romano partía de las formas simples y virtuosas de gobierno de Aristóteles y afirmaba que el problema consistía en su inestabilidad: la monarquía degeneraba en tiranía; la aristocracia, el gobierno de los mejores, se transformaba en una oligarquía, el gobierno de los privilegiados; y la república terminaba en el desorden y la anarquía de la demagogia. La solución de Polibio era la mezcla de las formas puras de gobierno para integrar un sistema de equilibrios y complementaciones que ofreciera estabilidad al gobierno. La Monarquía constitucional británica del siglo XIX es un ejemplo al respecto: los poderes del Estado divididos entre la Corona y un Parlamento integrado por una Cámara de los Lores, conformada por aristócratas y una Cámara de los Comunes electa por el pueblo. Lo que no pensó Polibio, nos dice Bovero es que la mezcla bien podría darse entre las partes corruptas del gobierno. La combinación de la tiranía, la oligarquía y la demagogia es lo que Bovero llama “kakistocracia”: el pésimo gobierno, la república de los peores. La Venezuela de Maduro definitivamente se ha transformado en la «kakistocracia” de Bovero, con presidente totalitario y demagogo, una oligarquía militar-civil corrupta y el desorden de la “oclocracia”, el poder de la turba, de la plaza. La kakistocracia demagógica madurista ha producido la tragedia socioeconómica brutal que sufrimos los venezolanos.