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paola maita
Photo Credits: M I T C H Ǝ L L ©

De “la situación del país” a la “situación-país”

Desde que tengo memoria, puedo recordar a todos los adultos que me rodeaban hablar de “la situación del país”, un concepto que era capaz de abarcar cualquier cosa y explicarlo todo: desde el aumento de los precios del queso, los planes económicos que se anunciaban o las protestas que ocurrían en algún lugar. Siempre decían algo como “es que ya sabes cómo está la situación del país”. De esa manera llegaban a un acuerdo tácito que hacía referencia a décadas de historia que para ese momento yo desconocía, pero que para ellos lo explicaba todo.

La “situación del país” se siguió repitiendo en los años siguientes. A pesar que cambió el sistema político, la frase siguió colándose por las esquinas de las conversaciones, como pregunta o respuesta, inicio o final de una frase. Omnipresente y omnipotente, que sin decir mucho podía explicarlo todo para los entendidos en la materia, un grupo del cual creo que sigo sin formar parte a pesar de los años que han pasado, porque en este momento no entiendo nada.

Quizás se volvió tan cansina que en los dos últimos años tuvo que mutar a algo más rápido y fácil de pronunciar para poder seguir colándose entre las conversaciones. De repente comencé a oír en la radio, en la calle o a leer en la prensa sobre la “situación-país”. Así, sin más adjetivos, verbos ni preposiciones. Dos sustantivos que de tanto ser pronunciados juntos se convirtieron casi en una locución que funciona para todo, más cuando se quiere resumir lo que pasa.

El problema, más que gramatical, es lo que el cambio en la oración representa. Lo que nos sucedió y sucede como sociedad pasó de ser una parte a ser el todo que nos define. ¿El país se nos convirtió en qué? En conversaciones circulares, preguntas de los extranjeros sobre lo que nos sucede, largos artículos de análisis, investigación, opinión y debate; en un entramado de frases pronunciadas por los políticos para una campaña electoral de unas elecciones que nunca debieron existir, en sesiones devanadoras de sesos para los que piensan en qué hacer con lo que nos ocurre y cómo solucionarlo… Y un largo etcétera.

Una francesa hace unos días me preguntaba sobre cómo los venezolanos llegamos hasta aquí y qué piensa la gente que aún apoya “el proceso”. Otro día, una española me decía que si teníamos ganado como era posible que no hubiese ni carne ni leche. A ellas no pude responderles con un “es la situación-país”, porque para ellas un país no es una situación, es otra cosa. No es que los suyos estén sin problemas, sino que no se han convertido en una frase mal trecha gramaticalmente incoherente, una explicación reduccionista de una serie de problemas que nos agravian a todos.

Una situación se supone que es algo temporal y que va cambiando a medida que los factores que la determinan influyen. Eso es cuestión de semántica y lógica, pero si en Venezuela ni la Constitución se respeta, ¿Qué quedará para las demás reglas?

Estoy segura que no fue algo consciente, sino una manifestación de nuestro inconsciente que se coló en el lenguaje cuyo mensaje es “La situación se les volvió más grande que el país”. No creo que pueda escribir una frase que lo resuma mejor.

Ser una diáspora de gente, salir en los telediarios de otros países, o que los extranjeros pregunten por lo que nos sucede son señales muy claras de que ya no somos un país con una situación. Somos una situación enorme con un país de gente esparcida por todos los rincones, donde no hay ganadores ni el 20 de mayo ni ningún otro día.


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