Uno debe empezar de cero cada enero primero. Hacer la lista de las resoluciones para el nuevo año. Anotar en una libreta las libras a perder, los deseos incumplidos que reaparecen, ciudades a las cuales quieres volver, libros por comprar; incluso los de algún conocido que nunca regala los suyos, pero como siempre has tenido esa forma de ser, sientes que debes comprarlo, ayudar a los amigos latinoamericanos. ¿Y tú, de donde coño eres?
Volvemos al inicio. La primera semana se complica con las muertes de fin de año, los homenajes a personalidades que habían quedado en el olvido. Esos primeros días de enero se utilizan para hacer los recuentos del año anterior. Regresan las sirenas de su peregrinación a la isla donde han ido a recargar batería para lidiar con la nostalgia hasta el próximo viaje.
En la ciudad, todos van y vienen como hacen siempre. El anonimato, las miradas extraviadas en los trenes, los turistas desparramados por Times Square. Vienes y vas, un danzón perfecto de tus días, una melodía de funeraria que se aplaca al llegar a las puertas de tu edificio. Ahí, en la entrada vuelves a batallar con la colilla de cigarro que el muchacho del 21 insiste en colocar en la cerradura. Piensas que lo has vencido lanzándola al mismo medio de la acera a sabiendas que él la recuperará. ¿Quién vence a quién?
Todo se repite. Un carrusel que no hace un alto. Caminas por los parques, capturas instantes con el celular que siempre muere en el momento preciso, justo cuando las maravillas asaltan tu vista. Hablas por los codos, ríes y hasta permaneces en silencio en algunos tramos. En la hora de almuerzo te aturdes y siempre terminas en la misma esquina, en la 41 y la 6ta comprando el mismo sándwich de pollo y bacon con una botella de agua. Dices que vienes preparándote para este nuevo comienzo. Lo repites tantas veces que hasta te lo has creído. Pero nada es cien por ciento. Las despedidas son despedidas.
Intentas recuperar fragmentos de quien eras. Avisas por un altoparlante que vas a bailar. Escrito todo se ve mejor. Cuando lo colocas delante de tus ojos siempre luce más creíble. Llevarlo a cabo es otro tanto. Nadie conoce la procesión que llevas por dentro.
Has decidido adelantar la limpieza de primavera para enero. Mueves libreros, arrancas puertas, botas el árbol de navidad con todo y luces prematuramente, eliminas cientos de nombres que no te dicen nada, dosificas el desencanto, te prometes que vas a ser menos triste y de paso aplastas la ilusión que te había incapacitado por casi nueve años. Te cuestionas sus acciones repentinas. Sientes pánico de equivocarte nuevamente. El leñador perdido en el bosque con hacha en mano, tumbando todo lo que estorba a su paso, ese eres tú.
Debes admitir que este enero marca el final de un tiempo. Asumir tu parte, analizar tus errores, cada uno de ellos, ponerte debajo del microscopio y examinarte. Tu idea de matrimonio terminó en fracaso. Acepta que serás un hombre solo, quizás con algún entretenimiento ocasional, pero solo. Ahora debes permanecer tranquilo, sin exaltarte cuando escuches algo que no te convenza. Deja correr estos días de enero, donde todos piensan que florecerán mejores versiones de ellos, deja que corran.
Solo van pocos días de este año y te sientes completamente extenuado. Los detalles, cambios de nombre, renovar el contrato, firmar, abrir cuenta de banco, evitar preguntar demasiado, romper con los rituales, la rutina de la llamada a la hora de llegada al trabajo, el mensaje a mediodía, los besos en el aire, y la hora de dormir. Cada cual en su trinchera designada, como si fueran enemigos en lados opuestos de la Franja de Gaza.
Por algún lado debe salir tu malestar. Te das cuenta del color intenso del orine, del dulzor que emana de tu interior. Se te rompe la cabeza de dolor y no logras ni tan siquiera detenerte a leer. Vas y vienes. Vienes y vas con la misma canción sonando en tu cabeza.
Te detienes con el papel en blanco delante de tus ojos, que ven a medias y entiendes que han sido demasiadas las despedidas en este año que terminó. Incluso, capítulos que pretendías haber cerrado aparecieron para recordarte de una última repasada. El esmalte, ese tono verde gris que te cubre, lentamente se está destiñendo. Pierde capa tras capa, cada vez que decides terminar con lo pendiente. Te cuesta dejarlos ir. A veces, hasta te resistes un poco y lanzas un mensaje al espacio.
Uno debe empezar cada año con esa dichosa lista de cosas a mejorar. Las resoluciones de fin de año. Las mejorías que vendrán. La mejor versión de quien serás. Es hora de cambiar el menú, arriésgate y prueba el especial del chino-cubano en la 39, entre la 5ta y la 6ta. Tienes demasiado claro el juego, te resistes a redactar tu lista. En silencio, mientras buscas reposo del ruido, entiendes que son inevitables los comienzos y las despedidas.
Photo Credits: Ginny