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fabian soberon
Photo by: William Zhang ©

Dante en el exilio

Dante tiene cincuenta años. Expulsado de sus calles, viaja de ciudad en ciudad, incansable. Vive entre las ruedas de tierra y melancolía. Por las noches, en la carreta, solo tiene las estrellas y el rostro de sus hijos. Extraña a su esposa aunque ve en ella una mera prefiguración de Beatriz. Todo es una forma de la piel. Envuelto en las ráfagas voraces del recuerdo, anota unos versos que la evocan como el agua que atrae al agua del deseo. Las gotas lívidas de su amada le secan la voz y la vigilia. 

Dante tiene cincuenta años y viaja como un poseso. El polvo inconmensurable es el engranaje de sus días. Una tarde se da cuenta de que no podrá volver a Florencia.

Entra a la habitación del castillo ufano que lo recibe. Se sienta en el piso. Luego se arrodilla. Sabe que no podrá regresar y que vivirá en la zozobra avara de la nostalgia. Enciende las primeras palabras de una oración. Una única llama aviva la súplica: le pide a Dios y a Beatriz que lo recuerden como el poeta de Florencia.


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