La incertidumbre de no saber cuándo podré visitar físicamente mi tierra natal, es algo que no puedo cambiar, y actualmente me tiene en un estado de ira. Tengo la sensación de que la libertad es uno de los derechos que me han arrebatado cuando decidí crear una nueva vida en los EE.UU. y me di permiso para enamorarme.
Esta sensación de estar en una jaula crece en momentos de miedo e inseguridad, como este que estamos viviendo a causa de la pandemia del COVID-19.
Mi esposo y yo somos inmigrantes, y durante este momento difícil, nos encantaría poder cuidar y pasar tiempo con nuestros padres.
Al ser sus hijos, y probablemente porque vivimos separados, alejados, hemos hecho constantes esfuerzos por estar y vernos siempre bien para ellos. Pero durante este tiempo de la pandemia, hemos logrado programar el teléfono para hacer llamadas y video diariamente, incluso cuando no nos sentimos emocionalmente estables.
Juntos, hemos tenido algunas conversaciones difíciles, hemos compartido nuestra frustración diaria por no poder abrazarnos, y reconocemos que tener la percepción de estar en el epicentro de la pandemia, es desgarrador, por decir lo menos. También nos hemos enojado con ellos, porque no podemos criar a nuestros padres adecuadamente, sobre cómo deben tomar precauciones para evitar el contagio del Coronavirus. (Estamos a miles de kilómetros de distancia).
Pero independientemente de tener un sentimiento diario de desesperación y ansiedad, hay una parte de mí que sabe que reaccionaremos extremadamente bien ante cualquier situación angustiosa o incluso una catástrofe porque, como inmigrantes, nosotros nos adaptamos.
Hay una sensación de que estamos sanando generaciones, porque, en medio de esta catástrofe mundial y gracias a la tecnología, la experiencia más bella y que cambia la vida, es poder hablar con nuestros padres a diario. Y lo hacemos, desde un lugar muy profundo, donde compartimos nuestros miedos, incomodidades, rabia, ansiedad y vulnerabilidad, y juntos, a través de una pantalla, superamos muchas de esas sensaciones.
Photo by: Monserrat Vargas