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Sergio Marentes
viceversa magazine

Cuántos pares son tres moscas incompletas

Nos enseñaron en la primera escuela que las matemáticas son perfectas, que nunca se equivocan y tantas otras inexactitudes generales sobre la bella ciencia de los números que no vale la pena mencionar ahora porque perderíamos la oportunidad de hablar de la precisión del lenguaje, que es, como se sabe, un ser mucho más complejo que la infinita estructura de los números, y que además nos concierne a quienes vivimos manoseándolo en cada intento de vivir. Por ejemplo, aleatoriamente busqué una noticia sobre lo que fuera y el titular de la que encontré dice que en esa iglesia, la Iglesia internacional del Cannabis, no fumar marihuana es pecado. En el cuerpo del artículo se argumenta que les ayuda a elevarse espiritualmente, o sea que podría comparárseles con los feligreses cristianos que, a fuerza de explicar sus experiencias personales, suelen afirmar que su espíritu está más arriba que el de aquellos que no asistieron a la consagración del cuerpo y la sangre de Jesús sino se quedaron practicando el arte banal del humor. Entonces, si lo leemos nuevamente, el titular llama pecado a no elevar el espíritu, ser igual a los demás, estar por debajo de la felicidad o de la alegría de ser hijo de dios. Y hay otro ejemplo, porque nunca bastó una sola muestra poblacional para alcanzar el yerro, ese tan necesario paso para llegar al siguiente. Es el de la mujer que fue despedida de una casa blanca solamente por ser mujer, aunque en su carta de renuncia voluntaria argumentaba que lo hacía por motivos personales y ofrecía perdón por molestar con sus dolencias femeninas y pasadas de moda.

Pero ¿por qué digo todo esto, o qué tienen que ver las matemáticas con el lenguaje, con las palabras tan elásticas como el tiempo?. Pues lo digo porque siempre son necesarios aquellos que juegan con las palabras y que dejan que ellas jueguen con ellos a la vez. Lo son porque, sin ellos, los números nos gobernarían y, digámoslo de una buena vez, seríamos tan malos como en una pesadilla y tan indolentes como para no dejar huellas.


Photo Credits: Clément Chéné

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