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Mariza Bafile

Cuando muere un pensador

Durante pocas horas la noticia de su muerte encabezó las páginas de los diarios más importantes del mundo occidental. Solo pocas horas. Inmediatamente después cayó en el olvido, tras la marea de otras informaciones que se alternan sin pausa para satisfacer la voracidad de una audiencia a la que queda cada vez menos tiempo para profundizar. Es así como, en el momento de su muerte, el filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman quien falleció a la edad de 91 años, ha dado la más profunda demostración de toda su filosofía. La modernidad líquida que, según sus teorías, define la actualidad en contraposición con la modernidad sólida del pasado, no frenó su carrera ciega ni por un momento. Y su muerte, que deberíamos haber vivido como un luto colectivo, ha pasado casi desapercibida.

Sin embargo hoy más que nunca es importante recordar el pensamiento lúcido, sereno, profundo de Bauman. Su legado nos permite entender nuestro tiempo y nos puede ayudar a contrarrestar males inevitables, a superar miedos irracionales y finalmente a construir una sociedad que merezca ser definida así.

Bauman no juzgaba, analizaba; y sus análisis son el espejo de una humanidad que, en la medida en que pierde estructuras estables, se vuelve presa fácil de los temores que infunde lo impredecible. Los seres humanos han luchado para romper estructuras y lo han logrado. Eso los vuelve más libres pero también más frágiles. Al disolver las estructuras todo se vuelve líquido y en esa liquidez los personalismos son protagonistas.

El filósofo polaco ha reflexionado durante su larga vida sobre esas temáticas, estudiando hasta qué punto han cambiado las relaciones personales y laborales. La globalización, según él, es el gran motor del tren que ha destruido límites, derribado barreras y cancelado certezas acentuando divisiones y desigualdades. El consumismo sin frenos, sin ética, ha dejado de lado a quienes no logran mantener el ritmo vertiginoso con el cual se mueve el mundo del trabajo. Nos resulta siempre más difícil vernos en el otro y eso alimenta nuevos miedos. Es este uno de los puntos del pensamiento de Bauman que consideramos de mayor interés. Reflexionar sobre la raíz de nuestros temores nos puede ayudar no solamente a manejarlos sino a limitar el poder de los populistas que los utilizan para justificar políticas xenófobas y racistas. Bauman habla de los miedos que no logramos identificar, miedos que al no tener asideros de donde aferrarse, también se vuelven líquidos y en consecuencia particularmente amenazantes. En su ensayo Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores escribía:

“El miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro; cuando flota libre, sin vínculos, sin anclas, sin hogar ni causa nítidos; cuando nos ronda sin ton ni son; cuando la amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas partes, pero resulta imposible situarla en un lugar concreto. ‘Miedo’ es el nombre que damos a nuestra incertidumbre: a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo que no se puede hacer para detenerla o para combatirla«.

La necesidad de buscar justificaciones y culpables es el fértil terreno en el cual echan sus semillas envenenadas los falsos profetas quienes ofrecen unas y otras, apuntando el dedo acusador hacia toda diversidad.

La pérdida de un bienestar tan anhelado cuan inestable, destruye todo sentimiento de solidaridad y favorece la tendencia a erigir nuevas y más profundas separaciones. Muros en lugar de puentes para dejar de escuchar a la humanidad que escapa del hambre, la guerra, la barbarie. Como bien explicaba Bauman los emigrantes son la imagen viva de la fragilidad de la existencia humana. Ese río de seres humanos que deja atrás unas vidas arrasadas por la devastación de lo impredecible, encarna todos los miedos que quitan el sueño a quienes viven en contextos aparentemente más estables y prósperos pero que en la realidad son extremadamente vulnerables e inseguros. Para muchos, dejar de ver el dolor, encerrarlo en ghetos, parece ser la mejor receta contra los males de su vida diaria y la inestabilidad del futuro.

El peligro de esa actitud está bajo los ojos de todos, sus consecuencias pueden ser devastadoras tanto en los países en vías de desarrollo como en los más desarrollados. Estados Unidos es el ejemplo más evidente.

Bauman durante toda su vida no se ha cansado de alertarnos contra los peligros de nuestra modernidad líquida. Si lo olvidamos, si permitimos que la muerte nos arrebate su pensamiento además de su cuerpo, con él morirá también una parte de nosotros, quizás la más importante, esa que nos ayuda a reconocernos como seres humanos de un mismo mundo, a asumir responsabilidades, a no temerle al otro, a entender que sin solidaridad destruimos nuestro futuro porque “cuando un ser humano sufre indignidad, pobreza o dolor, no podemos tener certeza de nuestra inocencia moral”.


Photo Credits: Narodowy Instytut Audiowizualny

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