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Karl Krispin

Cuando los santos se visten de diablos

Hay que ver lo erráticas que culebrean las encuestadoras en Colombia. Cuando la elección de Santos, daban a Mockus por ganador. Ahora con el plebiscito todas rodaron el sí como una avalancha. La conclusión parece ser que el colombiano no responde con sinceridad a las preguntas. Más allá de las definiciones, el No ha puesto las cosas en su lugar. Siendo que la participación rondó el 38%, al 60% de los colombianos no le interesa el tema, y la mayoría que se impuso envió un mensaje: con impunidad no hay futuro. Lección que aquí no podemos olvidar. Un acuerdo de paz nacido de la combinación de un abogado comunista y de un régimen totalitario como el cubano, está condenado a imponer, no a acordar. Cuba no puede ser garante de paz siendo una dictadura violadora de los derechos humanos, genocida y hambreadora de su pueblo que además ha exportado la violencia desde Machurucuto hasta Angola.

Una cosa es la paz y otra su instrumentación. En días pasados apareció un editorial de un diario de Montevideo con una fabulosa definición de Heródoto que nadie en su sano juicio puede privilegiar la guerra sobre la paz porque en “tiempos de paz, los hijos entierran a sus padres y en tiempos de guerra, los padres entierran a sus hijos”. Pero construir una paz sobre la base de beneficios otorgados a terroristas y narcotraficantes, es inadmisible. ¿Es que nuestra contemporaneidad se erige sobre la victoria del mal sobre el bien? La violencia revolucionaria es la gran responsable del conflicto colombiano. La violencia es irracional, hermana del crimen y desprecia el entendimiento.

En nuestra América, la izquierda es el transporte expedito y sin escalas a la premodernidad. En nuestros países hay pobreza gracias a la tesis de la repartición. Hasta que no creamos en el liberalismo económico, el futuro estará siempre en manos del capricho del Estado. Mientras los políticos sean estatistas, repartirán alpiste para los cuervos en que nos han convertido. Sin hablar del fósil de la revolución y su mensaje de regresar a la edad de piedra. Hasta los EEUU y el bienaventurado de Obama, que a todos nos tiene en sus oraciones, sucumbió ante la tiranía fidelista y fue a tomarse unos mojitos en La Habana sin que Raúl hubiese soltado un solo preso político. Entretanto, los noruegos haciéndose los suecos entregan un premio Nobel menoscabado.

Latinoamérica dejará atrás la melancolía y el fracaso cuando asegure su modernidad o postmodernidad económica. Para ese entonces las imágenes de la guerrilla sólo se recordarán en los cromos y los museos de cera. Gracias Uribe y Pastrana por no dejar que el futuro se hiciera pasado.

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