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Crucé el Orinoco nadando

¡Necesito ayuda! Crucé los ríos Orinoco y Caroní en la 26ª edición del paso a nado y llegué demasiado enfiebrado. No hago más que hablar del tema y mostrar fotos del viaje. Me he vuelto un vendedor de Herbalife del Orinoco. Ya nadie me tolera.

Esta travesía cambió mi vida. Estoy a punto de ponerme a predicar en una plaza que todos deberían cruzar el Orinoco. Llegando a Maiquetía, para tomar el vuelo a Puerto Ordaz, me conseguí a Diosa Canales. Fue una señal que le dio sentido al viaje: nadaría en tanga y el verla activó en mí la testosterona necesaria para resistir los 2980 metros del cruce. Y también activó la de los pilotos, porque el avión salió a tiempo y llegó a tiempo.

Ya en Guayana, le dije a mi mujer que no quería volver a Caracas. Que estaba en el paraíso. Ahora ella amenaza con dejarme. “O el Orinoco o yo”, me dice. Créanme lo estoy pensando. Al llegar a San Félix, los preliminares de la competencia fueron en la Alcaldía del Caroní. Ahí repartieron las franelas oficiales. Todas, talla S. Fue con un fin: hacernos ver musculosos y subirnos el ego. Al rato fue el congresillo técnico de la competencia y en él habló Víctor Quintero, el nadador más longevo de la competencia. Tiene 81 años, aunque dice que aparenta 80. Comenzó a nadar a los 68 y desde entonces ha cruzado ambos ríos varias veces. Nos recomendó no seguir a ningún nadador en el agua. La primera vez que lo hizo, siguió a un gocho y terminó en el Delta. Fue porque el gocho no cruzó los ríos a lo ancho, sino a lo largo.

Terminado el congresillo, me dio la cola a Puerto Ordaz Rubén Rodríguez, uno de los jueces de la competencia. Qué honor hablar con este señor. Nos contaba que fue escogido juez técnico para la prueba de aguas abiertas en Río 2016. ¡Qué lujo! Hablé de tú a tú con alguien que iba a ganar en dólares. A este punto del viaje ya estaba convencido de que al volver, me vestiría todos los domingos de camisa y corbata para tocar timbres en la mañana y decirle a la gente que recibiera al Orinoco en sus vidas.

Esa noche previa a la competencia, incluso viajamos en el tiempo. Fuimos a un restaurante de pasta que nos trasladó a los ’80. No porque fuese temático, sino porque los años nunca pasaron por allí. El dueño del restaurante nos recibió en un pantalón vino tinto y una camisa verde limón abotonada hasta el pecho, y peinado como Elvis Presley (pero canoso). Todos los manteles, los saleros, los espejos, los televisores y las cornetas eran de los ’80. También eran de los ’80 los precios, la variedad de platos y el hecho de que el baño tuviese jabón. Eso se agradece.

A las 5 de la mañana del domingo 17 de abril ya era momento de la competencia. Cuánta gente emocionada… cuánta gente ansiosa… cuántas mujeres en traje de baño. Por momentos te sientes en el paseo a buceo del Orinoco y el Caroní. Si agregas que el traslado hasta el punto de partida es en una gabarra, te sientes en el crucero del amor.

Cuando desembarcamos y caminé por el Orinoco, me convencí de que al volver me haría una chapa que dijera “Crucé el Orinoco ahora. ¡Pregúnteme cómo!”. Es que cuando suena la pistola de salida y comienzas a nadar, te sientes Mowgli del Libro de la Selva. Toda el agua que no vi en los racionamientos de mi edificio, estaba allí. El Orinoco es como nadar en Toddy, pues hasta medio tibio es. Luego, sin previo aviso, estás en el frío y oscuro Caroní. Yo iba como Vinotinto en eliminatorias, enfilado hacia El Cachamay. Es el punto de referencia que utilizas desde el agua para guiarte, pero en lo que menos te das cuenta, llegas a la meta. ¡Qué satisfacción tan grande!

¿Cómo no hablar todo el día de esto tan maravilloso? Sin embargo debo parar. Mis amigos me sacan el cuerpo. Mi mujer no me quiere hablar. Toqué fondo, pero no importa. Lo importante es que ahora, cuando veo a Maduro tomar otra medida loca para seguir dañando al país, me acuerdo de lo vivido en el Orinoco y el Caroní y sé que hay una Venezuela posible.

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