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adrian ferrero
Photo by: Danielle Henry ©

Coronavirus: ¿cómo educar durante la pandemia?

Durante trece años de mi vida dicté clases en los tres niveles de la enseñanza: primario, secundario y universitario. En casi todos los casos en instituciones dependientes de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Una Universidad pública de excelencia, donde eran habituales los proyectos experimentales. El trabajo de intercambio con el alumnado es verdaderamente incomparable. Los diálogos, lo inesperado, lo imprevisible, el hallazgo, la ocurrencia instantánea, el relámpago y el trueno, lo memorable que se esfuma en lo efímero, el chispazo, el encuentro fugaz. Allí además se podían ejercer prácticas irreemplazables como el dictado, la lectura en voz alta (en especial de poesía, que se presta por sus rasgos sensibles y formales tanto a ser palpable por los sentidos como abarcable por su longitud), el recitado de obras de teatro, las preguntas y las respuestas que el docente formulaba y, a la inversa, las que formulaba el alumnado al docente con sus dudas, los debates que nacían, intempestivos, las construcciones colectivas del conocimiento, la oralización de prácticas pedagógicas. Las consignas de escritura para las producciones escritas que yo siempre procuraba fueran de la máxima libertad posible, que depararan desconcierto, que dispararan la imaginación en toda su plenitud pero que al mismo tiempo delimitaran un contorno. En fin, experiencias difícilmente olvidables. Para alguien que luego se dedicaría a la escritura en forma profesional, como en mi caso, no diría exactamente que se echan de menos o dejan la marca de la nostalgia, sino más bien quedan guardadas como momentos inextinguibles como un magma que también en la escritura se pondrá en juego, se pondrá en acción de modos muy distintos. En acto mediante el armado de la arquitectura del texto, según la polifonía, los usos sociales de la lengua o sociolectos, los cronolectos. En otros casos según el sugestivo intercambio de los diálogos en escenas de toda clase de género literario (también de la lírica). Mediante el recuerdo del registro corporal de estar bien plantado frente a un auditorio. Y cuando tenemos en cuenta lo que ha significado para nosotros la escena de una clase, su dramaturgia, su guión y su performance, incuestionablemente el drama o la comedia se desatan e ingresan al texto que estamos escribiendo, a veces en dosis combinadas, a través de la evocación de esas vivencias. Evocamos escenas de lectura colectivas, momentos o anécdotas, chistes o bien la distensión de un recreo.

Me preguntaba ¿qué tiene de positivo para aportar a la docencia un texto? Nosotros trabajábamos con textos, hacíamos producir textos, como dije, yo armaba antologías y seleccionaba lecturas para mis clases según un determinado criterio que a mi juicio instalara un canon para poner en cuestión otro que a mi juicio podía ser modernizado con el objeto de generar nuevos modos de lectura. Detonar nuevas reflexiones que condujeran a conclusiones respecto de la cultura no solo literaria. El objetivo sería: que de la literatura las ideas saltaran hacia la sociedad en un movimiento envolvente. Y que la literatura reenviara a la sociedad a interrogarla, a interpelarla, a cuestionarla en sus aristas más conflictivas.

Ahora bien ¿qué ocurría cuando era yo quien producía esos textos? ¿tenían algo para aportar en lo sustantivo a la comunidad o eran un mero monólogo que se diluía en un narcisista discurso dirigido a un público con el objeto de ser reconocido o investido de un cierto prestigio? ¿qué sucedía cuando un escritor escribe: lo hace para sí mismo, para un auditorio imaginario con el objeto de ser aplaudido o para cumplir una función social? ¿O todas ellas juntas? A mí me interesa mucho el compromiso político y social de un escritor con su tiempo histórico. Considero primordial la relación entre el escritor y la noción de semejante. El escritor atento a los fenómenos histórico/políticos que sacuden a su Nación y al mundo. No solo el escritor pendiente de la belleza o la perfección de su poética. Una misión preciosista. Menos aún la promoción de una carrera hacia el éxito.

Hay varias cuestiones cuando uno es un profesional de la escritura que deben ser tenidas en cuenta. Una de ellas es que se ha capacitado durante muchos años para ejercer su oficio. En mi caso treinta. Entre todas esas experiencias en mi formación estaban la docencia, la investigación y la escritura académicas. Todos motivos por los cuales ya había habido un primer acercamiento a la producción científica y pedagógica de conocimiento por parte de la escritura. O mediante la escritura. La escritura entraba en un diálogo fecundo con la difusión, la divulgación y la profundización en las búsquedas de núcleos problemáticos para ser estudiados e indagados. Pero también en el descubrimiento de nuevos de ellos. La escritura era una máquina de investigar. La escritura era inductora de conocimiento, era vehículo de conocimiento. Era propulsora de conocimiento. Era el motivo por el cual ciertos razonamientos y ciertos procesos en torno del pensamiento abstracto eran posibles. La escritura no solo era un modo de producir o transferir algo que se sabía sino que era una forma de acceso a nuevos conocimientos.

Pero la escritura también tiene para aportar una frase, una respiración, una cadencia, un ritmo, un sonido, una cadena asociativa, una longitud (interna y externa), cadenas fónicas, perceptibles, entre otras muchas cosas, en el modo según el cual leemos pero también según el cual interpretamos lo que leemos. Un texto está conformado según una determinada gramática que hace que sea de un modo y no de otro. Eso configura su singularidad, sus rasgos identitarios pero también construye un receptor ideal, como bien lo ha teorizado Wolfgang Iser en sus trabajos. Cada texto postula un lector implícito que es el que está en condiciones de decodificarlo en sus mejores términos pero también es el que es capaz de leerlo al mismo tiempo que es capaz de producirlo.

La escritura literaria o bien los artículos (mi caso) tienen eso que tiene la literatura en el que las palabras se cargan de una intensidad, de un voltaje electrizante y una densidad sémica que no tienen parangón en la comunicación oral o la tienen en menor medida. Leemos y nos detenemos en frases que nos producen conmoción. Retrocedemos en el texto. Recuperamos frases que nos hielan literalmente la respiración. Nos encontramos a nosotros mismos en esas frases. Esas frases “son” lo que nosotros pensamos y decimos del modo en que nos gustaría haberlo formulado. Esas frases son las que hubiéramos querido escribir. Por lo tanto: estaban dentro de nosotros sin haber encontrado una materia verbal (aún). Yacían en un estado latente, dispuestas a emerger. Precisamente en el momento en el que alguien lo hizo (antes que nosotros). Y comprendimos que eso que vagamente era una intuición se convertía en una certeza: en un enunciado.

Pienso entonces que la escritura, la lectura, en sus distintos soportes, no reemplazarán jamás el diálogo con un docente o una docente. Se trata de un vínculo indestructible que uno establece de naturaleza también afectiva, emotiva, no solo profesional, aún cuando no se dé en los términos ideales. Pero cuando hay simpatía los resultados son espléndidos y se potencian de modo incalculable.

Así es como en tiempos de Coronavirus ¿Qué tiene para aportar la literatura y, más ampliamente, la escritura? Pienso que mucho: inteligencia, emoción, sensaciones, sensibilidad, ideas, percepciones, aromas. Todo lo que queda plasmado en el lenguaje según una determinada forma, según una determinada escritura, producto de un determinado psiquismo en el que también el impacto del cuerpo se hace notar. Porque el texto constituye un registro del cuerpo, de sus movimientos, de sus desplazamientnos internos, de su forma de relacionarse con otros cuerpos y consigo mismo. La lengua literaria al intervenir el lenguaje habitual lo vuelve más elaborado, más poroso a ser recibido. Más contundente. Vehículo de transgresión, de subversión, de insurrección. Son formas de acción sobre los sujetos que afectarán luego nuestro comportamiento porque llegan incluso hasta una zona de nuestra identidad que ni siquiera somos capaces de medir. Pero que indudablemente se expanden de modo ilimitado.

Hoy en día se está hablando todo el tiempo de educar mediante medios digitales y audiovisuales. El universo de las representaciones sociales regresa traducido en formas de socialización e intercambio a distancia pero al mismo tiempo bajo la impresión de la contigüidad más absoluta. Esas formas gracias a las que son y no son posibles las de tener acceso a un docente a quien interrogar acerca de temas, títulos, problemas que emergen de la escritura y la bibliografía, porque precisamente en eso consiste educar. En eso consiste escribir. En problematizar una realidad que de tan transparente se termina por volver sospechosa. Y en problematizarlas grupalmente, a través de permanentes intercambios entre compañeros, entre colegas, bajo la guía de un conductor o una autoridad.

Pienso que es positivo que en los lugares donde ha sido posible, debido a que poseen la tecnología adecuada, que hayan comenzado a dictarse las clases mediante medios audiovisuales y digitales en lugar de permanecer todos paralizados en el ocio más desordenado, que produce caos en el sueño, en las comidas, en la higiene, en la alimentación. Y este retorno a las clases produce entonces una obligación a retomar una rutina que nos obliga a pautar las propias según nuestras responsabilidades. Nos enseña a ser más autónomos pero también a un mayor costo: el de una vida sin autoridades en lo sustantivo que pauten nuestro comportamiento sino a armar nuestras rutinas sin supervisiones. O a lo sumo las de los padres.

Haber empezado las clases es una forma de haber logrado conquistar lo que esas personas se habían propuesto como meta para sus vidas (un título, el acceso a los contenidos de una determinada disciplina, la meditación en torno de un campo del conocimiento). Pero también pienso que la sustancia y la materia han comenzado a diluirse (aquí recuerdo a Zygmunt Bauman). Las palabras a perder un peso que era de orden fundamental, las formas a estallar, los perfiles a diluirse. La vida es inestable y se funde en un fluir incesante que no manifiesta ni límites ni ninguna clase de bordes que la circunscriban. El lenguaje es ahora una forma de transmisión pero siempre atravesado por la tecnología, y no pronunciado por ese tono de voz, por esas inflexiones irreemplazables del docente delante de su curso. Analógicamente, podría decir que es la misma diferencia que existe entre la magia de una obra de teatro y la del cine o la TV. Teatro que respondía a imponderables, a dudas u obstáculos inmanejables que se pudieran presentar en la puesta en escena, en muchos casos negativos. Pero también en un esplendor que nos sorprendía porque nos permitía tener acceso al modo como una dramaturgia, un texto, se hacían realidad, aunque fuera una ficción ese hecho de apariencia referencial. En el primer caso, el del teatro de la educación, se trataba de ser docente estando a un palmo de los alumnos. En cambio, estos docentes/pantalla, docenes espectacularizados son docentes virtuales. Esperamos de ellos saberes virtuales y el proceso de enseñanza/aprendizaje se ha visto fuertemente comprometido dadas las circunstancias. También la metodología de trabajo ha cambiado. Cambia la dinámica de trabajo porque la didáctica de la enseñanza es otra. Ya no es la misma: no hay una Universidad abierta, no hay aulas, no hay bancos, no hay un pizarrón. Hay una pantalla, el hogar quizás o bien un espacio que puede no serlo pero que funcione como tal. Un espacio en el que ante todo el shock lo da la imagen. Es esta cultura de la imagen la misma a la que venimos asistiendo desde que se produjo la revolución mediática en Occidente. La presencia se esfuma en representaciones sociales en las cuales quedan plasmadas una suerte de figuras que cumplen los mismos roles que un docente, pero al que no se puede percibir desde la presencia ni sentir. Se lo puede presentir. Se ve su fachada ¿Y qué le sucede al docente mientras da su clase virtual? Esa pregunta conduce irremediablemente también a la de estar en un espacio que tampoco es la Universidad. Puede ser su casa, donde no está habituado a dar clases, sino a prepararlas. Puede ser su estudio con su biblioteca. Y los alumnos tendrán acceso a esa intimidad de la vida privada (quizás) de su docente que durante dos horas o más dictará su clase desde el interior de un espacio que no ya más es un aula. El aula ha sido desplazada por otra clase de espacialidad virtual. Un espacio que no es un espacio en contigüidad con lo físico. Una imagen que desata una imaginación a partir de lo que no se ve pero se sospecha está.

Es cierto. Nos quedan los libros. Esas herramientas preciosas, esos recursos irreemplazables que no tienen parangón porque sí son palpables, y sí tienen una voz que nace de ellos, la voz que un escritor de hace años, decenios, siglos quizás, les imprimió para que tuvieran. Libros que bajo la guía de un docente son poderosos. Se trata de una voz que llega de su interior más recóndito, tamizado luego por la corrección, por la revisión y el trabajo a fondo con la oralidad incluso, que un escritor escucha o evoca mientras está escribiendo. Pero este doble juego del diálogo del alumnado con los libros y luego con los docentes y el alumnado ente sí, abrumadoramente ha quedado aplastado por una tecnología que aporta aún no sabemos del todo qué pero sí sabemos que es algo muy distinto de lo que nos venían aportando los diálogos interpersonales. ¿Son clases que se graban para volver a ver una y otra vez? ¿son clases que solo se transmiten en un aquí y ahora que nada repetirá? ¿son clases que se archivan? ¿existen también conferencias magistrales? ¿qué alcance tienen esas clases?

En el corpus de los diálogos de Platón, su maestro Sócrates hablaba para que otros escucharan pero también intervinieran. Eso era la mayéutica. Un método que consistía en lograr formular preguntas para hacer brotar del otro lo que mejor sabía y no creía saber. Para sacar de sí mismo lo mejor que tenía. Esas son las palabras que Platón guardó para que conociéramos a su maestro oral, esa figura magnífica dejaba la estela necesaria para ser escuchada y ser evocada a la hora de ser escrita. Escrita y reescrita, Platón fue un escritor, no un taquígrafo. Fue un creador. Un creador y un recreador. No un transcriptor. Pero la voz del maestro es potente. Aún así, recogió su legado. En los diálogos hay preguntas y hay respuestas. Y hay teorías. Y hay teorías y respuestas brillantes. Pero sobre todo hay preguntas que quedan flotando, como pendiendo de un hilo en el aire. Como un péndulo perfecto.

¿Qué nos espera en esta etapa en la que el planeta afronta semejante catástrofe? Más que cámaras, imágenes virtuales y voces (lo que ya existía para los controles de seguridad ciudadanos o comerciales, incluso en las rutas), pienso que esta etapa de la Historia requiere textos para una reflexión a fondo acerca de nuestras circunstancias. Textos producidos y textos leídos. Textos en nuestra lengua, textos traducidos y textos para que traduzcamos. Porque todo texto nos coloca frente a desafíos, elecciones, decisiones, exigencias y de todo texto nacen preguntas, problemas, asuntos, signos que deben ser descifrados, además de nuevos textos. Y nos colocan frente a la situación de poner en acción saberes. Si son textos polémicos, que hagan estallar todas las certezas, todos los sentidos: tanto mejor. Textos que desmantelen las certezas y textos que lo pongan todo en cuestión. Que existan discusiones entre los estudiosos más serios, en los que produzcan artículos y respuestas a esos artículos de sus colegas objetando ideas o razonamientos. Para eso hacen falta filósofos o pensadores privilegiados. Y formas de circulación de esos textos y de los saberes para que tengamos acceso a ellos la mayor cantidad de personas posible. Pero para esa circulación de textos hacen falta recursos. Tanto humanos como materiales. Y hacen falta tecnologías. También se tratará de textos demasiado complejos como para ser decodificados por cualquiera. Hacen falta pensadores de excelencia de los países periféricos capaces de medirse con los del los países desarrollados, de disentir o asentir con ellos. Pensadores, filósofos y escritores de trayectoria impecable. Ellos difundirán en nuestro idioma textos consagrados a abordar problemáticas y asuntos propios de nuestra región, que no son los mismas que los del Primer Mundo. Nuestro mundo es distinto porque la realidad de los países subdesarrollados poco guarda de común con la de los países desarrollados.

Textos que dialogan. Textos que confrontan. Voces que asienten y disienten. Esta es la propuesta. Este es el panorama que mejor pondría en acción y mejor pondría de manifiesto el trabajo de nuestros intelectuales y escritores en un siglo XXI herido por una pandemia que exige de ellos y de nosotros de modo urgente un acto de presencia activa y participativa. En las aulas y por fuera de ellas.


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