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paola maita cronica
Photo Credits: hnt6581 ©

Conversaciones monstruosas

Anoche vi a El Coco debajo de la cama, entre mi zapato negro y las pelusas de polvo. No hay muchas personas con las que hable tan sinceramente como con él.

La primera vez que le vi tenía 3 años. Nadie me creía. Eso me desesperaba y a él le encantaba. “Todos me conocen, pero a nadie le gusta admitirlo”, me ha dicho un par de veces. En alguna ocasión me ha mentido, pero estoy segura que en esa no.

“Creo que tendré que suicidarme varias veces antes de morir”, le dije. Como siempre, solo podía distinguir el brillo de su tabaco y el rojo de sus ojos. Aunque jamás le he visto el rostro, siento que le conozco mejor que a muchos. Después de todo, él es de los pocos que admite que también es un monstruo.

“No solo tendrás que suicidarte muchas veces antes de morir de verdad. Tendrás que matar muchísimas cosas que amas”, me dijo con su voz sedosa. No sabía a qué se estaba refiriendo exactamente, pero sabía que tenía razón.

Él, con sus consejos cínicos, ha sido más real que muchas personas. Quizás porque no son muchos los que se atreven a tener conversaciones monstruosas, a admitir que no aman a sus padres o su pareja de larga data, que han fantaseado con cosas terroríficas, que no son tan felices como aparentan, que odian la persona en la que se han convertido, que hay momentos en los que han querido cometer actos que son ilegales…

Al final del día, El Coco no vive debajo de la cama, ni dentro de los armarios. Es una parte de nosotros mismos con la que debemos conversar. Quizás así, no tendríamos que suicidarnos tantas veces antes de morir.


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