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daniel campos
Photo Credits: dfactory ©

Contrastes humanos en São Paulo

São Paulo muestra contrastes que te rasgan el corazón con el filo de sus aristas de vidrio, ángulos de metal y vértices de concreto.

Viajaba yo en autobús hacia la Avenida Paulista, el centro económico de la ciudad en el que se yerguen imponentes edificios de bancos brasileños e internacionales. Cuando pasamos bajo un puente, en ambas paredes a lo largo del túnel observé reproducciones de pinturas de los maestros modernistas que revolucionaron el arte brasileño en el siglo XX: Cândido Portinari, Emiliano Cavalcanti, Tarsila de Amaral. Estos murales en plena ciudad me parecieron un hermoso detalle estético. Sin embargo, a medida que ascendíamos por el túnel hacia la Paulista aparecieron en las aceras casitas construidas con cartones, bolsas plásticas y algunas mantas. Allí vivían varias familias.

El autobús se detuvo, por causa del embotellamiento de tránsito, justo en el punto donde comienzan a erigirse los tugurios de las familias desposeídas que viven bajo el puente. Dentro de una de las precarias moradas había una mujer sentada con un bebé en brazos—negra ella, mulata la criatura. Dos policías militares ojeaban, desde afuera, el tugurio de lado a lado mientras interrogaban a la mujer. Varios hombres, vecinos de ella y también vigilados, miraban la escena con recelo desde cierta distancia.

Y justo al lado de la casita de la mujer y su bebé, uno de los murales modernistas representaba a una mujer macilenta y pálida, casi esquelética. Lloraba desconsoladamente. Lágrimas cortantes como el vidrio brotaban de sus ojos mientras con su mano izquierda sujetaba a un niño, también pálido y triste, de pie a su lado.

El mural reproducía parte del cuadro “Criança morta” (Niño muerto) de Portinari. El óleo original de este maestro del expresionismo modernista brasileño, pintado en 1944, es parte de la serie de obras llamada “Retirantes”. En ella Portinari retrató con gran emotividad el sufrimiento causado por el flagelo de la sequía a muchas familias de agricultores y campesinos en el noreste de Brasil. La serie es quizá una de las mejores muestras del compromiso de Portinari con expresar, por medio de su arte, los grandes problemas sociales de su país.

En el original de “Criança morta” una mujer, con su cabeza inclinada hacia abajo y su rostro escondido, muestra en sus brazos a una criatura muerta. El niño es ya un cadáver descompuesto, prácticamente un esqueleto, y la mujer lo ofrece frontalmente a la vista de quien observa la obra, como pidiendo auxilio. Alrededor de ella, otras mujeres de varias edades lloran a la criatura. Todas llevan vestidos viejos, delgados, desteñidos que no disimulan su propia condición esquelética. En el fondo se observa el árido paisaje del sertão que se extiende interminablemente en el interior del noreste de Brasil. Todo es opaco, triste.

El mural callejero en el túnel de entrada a la avenida era oscuro. Su fondo negro contrastaba con la piel pálida y las lágrimas angustiantes de la mujer y el niño.

La mujer de carne, sangre y alma sufridas, sentada dentro del tugurio con su hijo en brazos, también tenía ojos de angustia. A poca distancia, bajo pleno sol en la Paulista, continuaba el ajetreo de miles de personas, mientras los grandes edificios bancarios se elevaban indiferentes ante aquel sufrimiento.


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