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Continuará

MADRID: Gabriel García Márquez habría cumplido hoy 88 años. Con hoy me refiero a la fecha en la que escribo, 6 de marzo, aunque para cuando leáis estas líneas habrán pasado varios días. En realidad el aniversario de García Márquez es irrelevante para la historia que os voy a contar, aunque no lo es su persona mucho menos las palabras que salieron de su puño y letra. El aniversario aporta a la siguiente historia un punto de inicio, eso que en periodismo se denomina gancho. Después de tanta palabrería para intentar que retrocedáis unos días en el tiempo y que os situéis en la fecha de los acontecimientos, me dispongo a dar comienzo a este relato.

Esta misma mañana, sin tener ni idea del aniversario que hoy se celebraba, decidí sacar de mi estantería un libro para que me hiciera compañía durante mis viajes de ida y regreso del trabajo. Este libro llegó hace no mucho a mis manos. De hecho, a fecha de hoy, han pasado exactamente dos meses y un día. Era mi cumpleaños y un buen grupo de amigos, mejores incluso que el grupo, nos reunimos en el sótano de un bar barato con la excusa de celebrar y así beber unas cervezas o con la excusa de beber unas cervezas y así celebrar. En fin, el orden de los factores no altera el producto. Uno de mis amigos al despedirse sacó de su chaqueta una bolsa y me la dio. Lo cierto es que yo no esperaba nada. Mientras le agradecía el regalo abrí la bolsa y me topé con el libro. “Doce cuentos peregrinos” de Gabriel García Márquez leí en la portada mientras reiteraba mi agradecimiento. Entonces él se fue y el libro se quedó conmigo para volver a casa y terminar entre varios títulos más en la estantería. Hasta hoy.

Doce cuentos peregrinos. Doce cuentos que, según el mismo García Márquez dice en su prólogo, tratan sobre “cosas extrañas que les suceden a los latinoamericanos en Europa”. Una docena de historias que podrían ser como las que se publican en la revista para la que escribo estas palabras, aunque las fronteras de esta publicación van más allá del viejo continente. Pero más allá de recordarme a esas vivencias que contamos a través de la revista, me hizo preguntarme cuál sería mi historia en relación con mi país de origen y con qué palabra la definiría. El primero de los doce habla del exilio. Pero aunque haya sido la situación del país uno de los motivos por los cuales ya no vivo allí, no consideraría exilio como término para definir esa historia. La palabra que me viene a la mente es desarraigo. Aunque cabría aclarar que los vínculos afectivos no se han cortado. Se trata más de un sentimiento de no sentirse del todo de allí, ni del todo de aquí y a la vez sentir que eres y perteneces a ambos sitios. La palabra está elegida. La historia queda para otro día.

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