Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
paola maita
Photo by: emilykneeter ©

Conticinio (Parte II)

 

Acto III

Los que me conocen bien (y los que leen estas crónicas con lupa) saben que paso temporadas donde tengo pesadillas horribles. Hubo una época donde soñaba constantemente que me perseguían, me secuestraban e incluso me mataban.

Una madrugada abrí los ojos asustada y tomando bocanadas de aire como pescado fuera del agua. Había soñado que una policía me asesinaba. A pesar que mi cuerpo yacía inerte en el asfalto, aún tenía consciencia. Pude ver la cara de satisfacción de la funcionaria, orgullosa de haberme matado. Una sonrisa bufónica cruzaba su rostro de lado a lado. Luego, mi fantasma iba en bus a casa a contarle a mi mamá que estaba muerta.

Cuando me desperté y me di cuenta que estaba viva en mi cama, supe que tenía tiempo sin sentirme a salvo en mi país. El silencio de la noche, lejos de ser una caricia arrulladora, se convirtió en la penumbra que cobijaba mis posibilidades de morir en un sueño.

Me ha tomado años sacudirme la sensación de muerte, de ser un fantasma perdido en sueños pero de vez en cuando, el silencio de algunas noches me recuerdan que he sido un espíritu errante.


 

Acto IV

Quedarme conversando durante horas con alguien para mí no es una experiencia extraña. Mucho menos es extraño que esas conversaciones giren en torno de sentimientos y decisiones trascendentales.

Abrí los ojos a alguna hora de la madrugada que no quise saber, así que ni siquiera vi el teléfono. Quien dormía a mi lado tampoco tenía paz. Sabía que tenía que despertarle. La conversación no había terminado, a pesar que el sueño la hubiese cortado en algún momento.

-¿Duermes?

-No.

En vez de seguir hablando o durmiendo, nos besamos, nos amamos, nos abrazamos, nos lloramos. Necesitábamos todo eso antes que las palabras. Luego hablamos hasta el amanecer y bien entrada la mañana. Si no hubiésemos tenido que ir a nuestros trabajos, habríamos seguido conversando a pesar que la decisión final estaba tomada horas atrás: No seríamos. No en ese momento.

Siempre he odiado las esperas pero en esa vez no tuve más opciones. Era esperar o perderle. A veces, el conticinio no es un momento en el día sino en la vida.


Photo by: emilykneeter ©

Hey you,
¿nos brindas un café?