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daniel campos
Photo Credits: Jason Tester Guerrilla Futures ©

Con Tamayo en Ciudad de México

Estuve a punto de cometer el terrible error vital de no visitar el Museo Tamayo de Arte Contemporáneo en Ciudad de México. Aquel viernes ya había visitado el Museo Nacional de Antropología. Para tornar viable mi visita, la había limitado a las salas de arqueología teotihuacana, cholulteca, mexica, zapoteca y mixteca—culturas de las regiones que había visitado personalmente en este viaje por México. Aun así, había observado tantos objetos y absorbido tanta información que me sentía saturado. Necesitaba un espacio para reflexionar.

Por dicha se me ocurrió almorzar unas deliciosas carnitas de atún con nopal asado y tortilla de maíz en la terraza de Antropología antes de irme. Así tuve tiempo para anotar algunos apuntes preliminares en mi cuaderno de viaje mientras esperaba el banquete que me sirvió un mesero amable. Revitalizado por los sabores degustados al aire libre, decidí caminar de inmediato al Museo Tamayo. Feliz decisión.

En el interior luminoso del espacioso edificio me encontré con una mezcla de exposiciones de arte contemporáneo y muestras de arte moderno de la colección permanente donada por Rufino Tamayo y su esposa, Olga Flores. Juntos dotaron al museo con su valiosa colección de arte del siglo XX, así como habían dotado al Museo de Arte Prehispánico en Oaxaca con su colección de piezas de cerámica y piedra de diversas culturas indígenas.

Por el origen del museo me pareció apropiado empezar mi recorrido visitando una colección de fotografías de Rufino y Olga a lo largo de varias décadas de vida compartida. Nunca había visto un retrato de Rufino. Me alegró conocer su figura mestiza de mirada intensa no como un mítico genio creador masculino y solitario, sino acompañado de la mujer que compartió su trayectoria. Ella sonríe casi siempre. En algunas imágenes viste elegantes ropas de diseño europeo y recoge su cabello negro en elaborados moños o lleva sombrero. En otras, viste trajes mexicanos tradicionales de blusas bordadas y faldas largas y amplias, y deja caer suelto su cabello negro y rizado. Aunque no tiendo a leer biografías de grandes personajes, en este caso me interesé por buscar una biografía de ambos.

Después de apreciar las fotografías, procuré enfocarme en apreciar la obra del propio Tamayo. Empecé con una escultura de bronce, “Cabeza”, busto de una mujer de ojos sesgados y almendrados, rostro ovalado, pómulos planos, nariz recta de narinas dilatadas y asimétricas, boca pequeña de labios finos y cabello largo recogido en un moño escultural. Este último detalle me recordó a Olga, pero el óvalo y las facciones de su rostro eran más suaves.

Todo lo que vi en seguida, en la sala exclusivamente dedicada a la pintura de Tamayo, tanto figurativo como tendiente a la abstracción, me impactó por su fuerza expresiva y policromía de tonos fuertes: azules, verdes, rojos, amarillos. Me interesaron sobre todo las obras que mostraban el interés del artista en la figura humana combinado con temas lúdicos. El óleo “Niños jugando” recurría a tonos rojos, anaranjados, amarillos, cafés y sutiles toques lila para crear tres figuras humanas interactuando en un juego. El dinamismo no lo creaban las siluetas estáticas, sino los trazos curvilíneos que unían a las figuras y sugerían movimientos coordinados. De forma similar, un “Danzante”—figura de silueta blanca en fondo gris—apenas levantaba el brazo derecho. Era un bailarín muy tieso. Me pregunté si el maestro Tamayo habría sido buen bailarín, si había aprovechado sus períodos en Nueva York, París y Ciudad de México para darse gusto danzando con su amada Olga, aunque su pintura no sugiriera experiencia danzarina. Era otro motivo para buscar una biografía de ambos.

En el resto de las salas de arte moderno, la obra de Tamayo dialogaba con la de Georgia O’Keeffe, Pablo Picasso, Isamu Noguchi y Joaquín Torres García, entre otros de mis favoritos. La obra del maestro oaxaqueño abarcó más de siete décadas del siglo pasado y, sin abandonar sus raíces culturales, interactuó con las vanguardias internacionales. Supo ser un mexicano cosmopolita. El ejemplo de su obra me pareció admirable para compartirlo, desde un punto de vista filosófico, con mis estudiantes de origen latinoamericano en Brooklyn. A menudo buscan forjar una identidad propia que no deseche las raíces de sus familias y las suyas propias pero que les permita abrirse al mundo y abrazarlo. Son como Tamayo.


Photo Credits: Jason Tester Guerrilla Futures ©

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Sonia DV
Sonia DV
5 years ago

No suelo visitar museos cuando viajo. Quizá por falta de tiempo decido buscar otras actividades al aire libre. He entrado 2 o 3 veces en el museo de arte contemporáneo de mi ciudad natal (el museo MARCO) y nunca logré apreciar las obras allí expuestas, pero hoy me he trasladado a México gracias a la crónica de Daniel y he disfrutado con él del colorido de los cuadros de Tamayo. Me ha hecho reflexionar y pensar en darle otra oportunidad a los museos en futuros viajes.

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