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Juan Eduardo Fernandez

Con meditación y alevosía

CARACAS: Para mí es cada vez más difícil cultivar el don de la paciencia, más en este país donde ser paciente se ha vuelto en un modo de sobrevivir. Mi drama comenzó el lunes después de semana santa cuando me tocó ir a una cita médica de rutina, para que me dijeran, entre otras cosas ¿Por qué me daban dolores tan fuertes y tan frecuentes en la espalda?

Llegué al Centro de Control de Citas en la clínica para retirar la orden del seguro, pues acá sin seguro prácticamente no tienes derecho a nada, aunque luego descubrí que con seguro tampoco. Es decir, la salud en Venezuela ya no es un derecho sino un favor. Me acerqué al Qmatic para tomar un número, y entonces descubrí que tenía 50 personas por delante. Armado con resignación, y con un libro, me senté a esperar mi turno.

Pasada una hora desde mi llegada, solo habían atendido a 4 personas, obviamente comencé a impacientarme (lo que es una terrible contradicción para un paciente ¿no?), así que decidí ir a pagar mi servicio de telefonía celular, cuya oficina estaba a pocas cuadras de allí. Al llegar ¿adivinen? Sí, tenía unas 10 personas por delante, pero eso no era lo malo. Lo terrible era que no había sistema; entonces decidí volver a la clínica… ahora me faltaban solo 30, tomé asiento, esperé una hora más y nada. Fue allí cuando me miré en una de las columnas de espejos que había en la clínica, reflexioné por largo tiempo y finalmente me vino un pensamiento que me cambiaría la vida (y la apariencia):

– Debo cortarme el cabello- me dije a mí mismo (mí mismo).

Fui caminando a la barbería de Serafín, un gallego que me corta el pelo desde niño (¿será por eso que siempre he tenido el mismo corte?) y, al arribar al establecimiento ¿adivinen? Tenía dos niños por delante, pero entre los 20 de la clínica y los 10 de Digitel (mi compañía de celular, bueno no mía, de Cisneros que es quien cobra) decidí esperar.

Luego de una hora me senté y Serafín hizo su magia. Ya con mi corte moderno (de los años 70), pasé a pagar el teléfono y solo esperé una hora más, posteriormente llegué a la clínica donde, luego de tres horas más finalmente me dieron la orden… Pero la aventura solo iniciaba.

Al llegar al piso 3, donde me vería el doctor estaban las 50 personas que tenía por delante en la mañana, pero bue, me armé de valor y paciencia, y luego de leer el libro que llevé, 3 revistas Hola!, 2 revistas Dominicales, el periódico (al derecho y al revés) y rezar los misterios: dolorosos, gloriosos y gozosos, con 3 monjitas españolas que tenían cita también, finalmente me atendieron.

Ya en el consultorio y luego de pesarme y examinarme el doctor me dio el impactante diagnóstico que nunca había oído y que me sorprendió en demasía:

– Juanette, usted está bien gordo. Debe hacer ejercicio y llevar una vida calmada.

Yo solo asentí y comencé a dibujar una sonrisa en mi rostro, que poco a poco se convirtió en una gran carcajada. Esto no le gustó al Doctor quien remató con la pregunta que hizo que lo tomara del cuello:

– ¿A usted le preocupa algo?

Le salté encima, lo tomé del cuello y a medida que iba apretando le contestaba:

– La inseguridad, la falta de alimentos, de medicina, la falta de futuro, el irrespeto y la mala atención de las compañías de servicio, pero de resto bien.

Entre la enfermera y las 3 monjas que esperaban afuera (y tuvieron que entrar), me quitaron al doctor, quien, al incorporarse me dijo:

– Juanette, usted tiene que meditar.

Fue allí, cuando mis ojos se viraron, brinqué a las monjas y estrangulé al doctor, eso sí, tal como él me aconsejó:

“Con meditación y alevosía”


Photo Credits: opensource.com

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