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arturo serna
Photo Credits: Roy Blumenthal ©

Comunismo y capitalismo

Cuando mi abuelo era joven, el comunismo era sinónimo de revolución y liberación de los pueblos, de rebeldía y defensa de los más humildes. En la cama, en sus últimos días, el vio una transformación inesperada del sentido de la política. No sólo había caído el muro de Berlín sino que la manera de entender el capitalismo había cambiado.

Una vez me acerqué a su lado. Tenía esa enfermedad como pistola que le atacaba los huesos. Mi abuelo tenía los ojos perdidos en un punto indefinido. Le pregunté si le interesaba la política. No habló. Solo movió las pupilas: blanqueó los ojos.

El solo de silencio fue una expresión del desencanto final. Murió en una madrugada blanca, con la presunción clara de que había llegado el fin. Mi abuelo fue un invertebrado, miope, alguien que no podía hacer nada ante el derrumbe del mundo. El comunismo ya no servía. El capitalismo era un barco solitario, imponente, como el Titanic, que se hundiría en algún instante. En el último semblante, antes de la madrugada, creí ver que se quería morir. ¿Para qué estar en un mundo sin sentido? En el velorio nadie dijo nada de su anterior comunismo. Todos repetían en secreto su adhesión primigenia. Su pasión roja y juvenil era percibida como un pecado mortal.

Hoy el comunismo está asociado a la dictadura que asesinó a millones de personas: es el fascismo rojo. Nos queda el capitalismo como ideología única. Ortega y Gasset decía que Hegel era un emperador. Hegel podría ser visto, siguiendo la fatídica analogía del español, como un símbolo del capitalismo triunfante. El capitalismo es hoy el dueño de los sueños. El liberalismo económico reina como el señor del bien, el amo de la democracia. Sin embargo, todos sabemos, los más escépticos y los más confiados, que el emperador tiene un costado cínico: es roedor y abrupto. Sabemos que el mercado solo quiere competencia, fatiga que mata. El capitalismo es un monstruo con cara de bueno y se rige, falsamente inocente, por el deseo sinuoso y pérfido de los ricos, de los que tienen el poder.

No existe el mal universal. Pero si tuviera que pensar en seres hipócritas, rápidamente vienen a mi cabeza los explotadores que se sienten seres ecuánimes y perfectos benefactores del mundo. Ellos son los propietarios del bien y brindan con copas de oro, orgullosos y tranquilos, mientras maltratan y hacen beneficencia con los desclasados.

Si mi abuelo viviera, se querría morir. Pero antes se afiliaría al partido que he fundado hace tiempo: el partido de uno solo.


Photo Credits: Roy Blumenthal ©

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