Desde hace mucho tiempo, ha sido complejo alcanzar un lugar significativo en la escena literaria, que, más que por banalidad, es para lograr algún sustento que permita ejercer el trabajo de escritor con mejores garantías de bienestar; sin embargo, solo los más consagrados del canon o de las tendencias, unos por mérito, por clientelismo, por espectacularidad o azar, tienen esta posibilidad.
Se ha reconocido que la dinámica de las ediciones ha respondido a las imprecaciones de la globalización, y ha habido momentos rutilantes que han logrado que los autores tengan alcances en la memoria colectiva: gracias, además del trabajo literario, al del editor; verbigracia, Carlos Barral, desde su casa editorial, alcanzó quizá el mejor momento de Seix Barral gracias a los autores del Boom.
Han surgido nuevas dinámicas de difusión del libro: editoriales independientes, libros de autor, libro objeto y otras deslindadas de los patrones de concentración del emporio; todas estas han dado la oportunidad a que incipientes escritores tengan la oportunidad de lanzarse y que sus trasnochos tengan algún benemérito del mundo al que escribe… lo sé, es comprensible que no todo autor es bueno por nuevo, ni es nuevo por bueno. Pero aquí radica la posibilidad de establecer filtros, para lo que los editores deben ser, ante todo, grandes lectores; pero esta es una discusión que después resolveremos en una próxima entrega. Además, es el lector quien tiene la potestad de aplaudir, agradecer o renunciar.
Sea por autoedición, coedición o edición, el autor logra dar luz, al fin, a su hijito; el problema es cómo venderlo —sobre todo si es por coedición y autoedición—. Hay editoriales que difunden la obra de los autores publicados y lo hacen con la más noble intención, desde una estrategia acertadamente cooperativa; pero, en lo que concierne al autor, este debe hacer de tripas corazón y sacrificar su ego, pidiendo a los allegados a que se lo compren; otros, en cambio, optan por regalarlo.
Seamos o no lectores asiduos, hay que dejar esa mala costumbre de esperar a que el autor nos regale su obra, máxime si es la de un ser querido. Con mayor razón, es preciso desembolsillar los pesitos y comprarlo. Para uno, como autor que empieza en el intrincado universo literario, resulta motivador que los panas y familiares destinen un poco de su esfuerzo laboral, de su ahorro, de esa vaca para la botellita de aguardiente en retribuir los desvelos, nostalgias, cabezazos, goces y angustias que fulgen la creación artística; aunque después se gaste la platica del libro en esa misma vaca de aguardiente para celebrar la publicación del libro.
Puede darse, y es más que lícito y cálido, que uno le regale alguna copia de su libro a un ser querido, a razón de cualquier motivación afectiva; a alguna biblioteca, institución o escuela. Sin embargo, puede resentirse el parcero que sí lo compró, pero el gesto honroso —y pongámonos cristianos— está en el acto de dar. Estas palabrejas no buscan defender la voracidad del lucro, no; es más bien una invitación a un ejercicio, simbólico si se quiere, de apoyo por el trabajo serio, más allá de la mitificación del dinero.
No obstante —y espero no sonar contradictorio—, es preciso comprender que los riales pagados por la copia del libro es mejor que sean en nombre del talento, la inteligencia y la búsqueda responsable de la belleza, más que por la mera parcería o el parentesco sostenido con el autor. Si es por ambos criterios que se adquiere el libro, ¡qué mejor! Es un orgullo sano saber que lo que se tiene en las manos es el producto lúcido y memorable de alguien que se quiere.
En definitiva, es emergente quitarnos la idea de que el artista solo está para exposiciones, recitales o para entretener; esta es una lacra que el neoliberalismo —por solo mencionar un modelo comprensible— nos ha vendido y que recae en que el creador no tenga pago por su trabajo.
Adicionalmente, el llamado no solo es a comprar el libro, sino leerlo, degustarlo y, más allá de que es complejo no condicionar la lectura al afecto personal por el autor, es válido criticarlo y hasta renunciar a él.
Me despediré con una premisa digna de la verraquera paisa: con todo lo dicho, les invito a que compren mis libros El carnaval del olvido, El lector de círculos, Martín y la parranda de los animales y Silencios… a muy buen precio y en promoción si compran la colección. Cualquier información, por inbox.