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El coloquio de los horizontes

No es una nimiedad hablar del asunto. En principio la palabra horizonte proviene del griego ὁρίζω (horizo, que denota el límite) y κύκλος (kyklos, que significa círculo, esfera), o sea, ὁρίζωκύκλος quiere decir esfera delimitada. Luego los griegos prescindieron de la raíz κύκλος y se refirieron a esa línea entre cielo y tierra como el horizonte. Por cierto que se podría especular, a partir del estudio etimológico del término, sobre la intuición helénica de la redondez de nuestro planeta. En fin, y en cuanto que término filosófico, es una metáfora porque tiene un significado oblicuo.

Para Nicola Abbagnano el horizonte filosófico es una frontera en nuestra capacidad de abarcar una búsqueda de pensamiento o acción, esto es, un lindero existencial, epistemológico, y en consecuencia supone ser también un coto a lo que es abarcado por el ser cognitivo. Dos siglos antes Kant había distinguido dos tipos de horizonte. Uno, el absoluto, que corresponde al modo como el hombre en general conoce la realidad, y otro, el privado, que es la manera particular e irrepetible en que cada ser aprehende su entorno.

Ambas concepciones entrañan las nociones de perspectiva y punto de vista, pues según el lugar conceptual desde donde la persona atisbe el mundo tendrá una óptica epistemológica distinta. Por consiguiente, y no hay que ser muy avisado para saberlo, en la mirada plural cabe la posibilidad de la confrontación.

Podemos adelantarnos a decir que todo conflicto es inherente a horizontes monológicos, lo cual supone por contraparte la existencia de horizontes dialógicos. El horizonte monológico corresponde a una aprehensión del mundo que no es capaz de situarse en una perspectiva tal que incluya al Otro. Aún más, el horizonte monológico suele imponerse como única óptica probable, como horizonte absoluto en el que la persona humana es reducida a individuo. Diríamos, recordando a Marco Guzzi, que no es posible alcanzar la humanidad transegoica, la trascendencia del ego.

El horizonte dialógico supone un colocarnos más atrás en nuestro punto de vista para incluir en la perspectiva al Otro, y al hacerlo puede suceder que tenga lugar el coloquio de horizontes. Aldo Giordani ha hablado sobre cómo al ampliar el horizonte cognitivo se relativizan los conflictos, pues estos entran en relación con una porción de esa parcialidad que abarca nuestra óptica. Pero no basta la mirada amplia. De poco sirve el horizonte dialógico si este no alcanza a constituir una panorámica polifónica. Cuando se escucha una polifonía coral, realmente se está oyendo una suma de voluntades que, desde sus distinciones particulares, logran construir una armonía. Esto nos remite al concepto de persona humana y horizonte interior, sin los cuales no es posible el diálogo efectivo de los horizontes.

Manuel Mindán fue quien propuso la noción de horizonte interior. Para Mindán la persona humana lo es en tanto que naturaleza espiritual, y por consiguiente dotada de entendimiento y voluntad. El entendimiento permite inquirir la verdad, mientras que la voluntad faculta para buscar la libertad. El entendimiento trae el mundo al interior del ser y la voluntad proyecta el ser hacia el exterior. El primero actúa sobre los principios y el segundo sobre los fines. Por ello Ortega y Gasset hablaría de raciovitalismo. Ambas búsquedas, verdad y libertad, son las que dibujan el horizonte interior, que distingue finalmente a la persona humana del individuo.

La libertad permite al individuo transformarse en persona, puesto que esta ejerce el libre albedrío para decidir los medios más pertinentes al fin, también elegido. Esto queda palmariamente establecido en la construcción de la vocación profesional. El individuo, por el contrario, no ejercita la libertad, sino que es la consecuencia de las causas que lo determinan. Este es un ser innominado y desvanecido en la atomización de la masa, colectivizado, que se corresponde al horizonte absoluto de Kant. Es el hombre nuevo que con nombres diversos proclaman, cada tanto, los totalitarismos. Así mismo, es el ideal de los individualismos narcisistas que cunden a granel.

Ciertamente la persona humana es, en palabras de Mindán, una unidad ontológica más perfecta que el todo social en tanto que es capaz de producir un valor imperecedero que tiende al bien común, pero al mismo tiempo aquella encuentra en la sociedad los medios idóneos para su perfección haciendo de esta su complemento natural, y no a la inversa. Es la persona quien puede restaurar el tejido social cuando ha sido secuestrado por el totalitarismo de Estado, y evitar así que la persona humana sea suplantada por el individuo, y el bien común por la simple suma de los bienes individuales.

Cuando nos colocamos ante el mundo nos constituimos en ser frente a las cosas, en testigos del cosmos desde el logos. Nuestra razón, entonces, es capaz de dar cuenta de ese trozo de existencia que abarcamos en nuestro horizonte cognitivo. Pero será la voluntad la que nos dirija hacia la libertad. En ese viaje nuestro pobre horizonte se crece en el coloquio con otros horizontes mientras logra, quizás, una panorámica polifónica. Pero no habrá diálogo con la cultura, esa summa histórica de horizontes, hasta que sea posible el horizonte interior, es decir, la mirada del ser transmutando el momento en la eternidad del valor imperecedero.

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