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Hasta que el CNE los separe…

«Éste es el proceso más impecable que hemos tenido…»
Tibisay Lucena, 18-10-2017

Se conocen, comienzan a citarse, se van enamorando, se complementan, se comprometen, hacen planes de convivencia mutua, se juran pactos de fidelidad y deciden casarse ante un altar, para formar una familia, hasta que la muerte los separe. Así más o menos se resume el proceso de la civilización humana, al menos en Occidente.

Luce simple, pero no lo es. Para nada. Empezando porque más de las veces aquella gracia termina en desencanto, amargura, revelaciones, frustración y hasta divorcio por infidelidad y/o incompatibilidad de caracteres. Más difícil si en el camino se ha tenido descendencia.

Para casarse se necesitan dos voluntades. Para separarse, basta sólo una. No siempre lo que quiere uno y cómo piensa lograrlo, es compatible con lo quiere el otro y cuándo y cómo planea conseguirlo. Es cuestión de expectativas, que llaman.

En la oscuridad, la enfermedad o la pobreza, cuando las cuentas no cuadran, la supervivencia de una alianza se hace más cuesta arriba. A nadie le gusta perder ni pasar trabajo. En la necesidad, la sed de felicidad, la derrota y el desprecio prolongados, se activa el instinto de supervivencia, que es filoso, animal, irracional y mal consejero. Abre puerta a la traición y las negociaciones paralelas, supuestamente a beneficio de todos, de la familia, pues. Y por ende, de la sociedad.

Se desata entonces una competencia mortal de egos y ambiciones. El tiempo se agota, los años pasan. La derrota pesa y harta, la vida se devalúa, todo comienza a escasear, empezando por la paciencia y la verdad. Entonces el diablo aparece, acecha con sus malas mañas. O quizá siempre estuvo allí, disfrazado o apaciguado, con cara de ángel, discípulo, mediador o profeta.

Las mentiras se vuelven estafas cotidianas, y si se descubren toman forma de excusas. De la mano llegan los reproches, las acusaciones, los insultos, que-tú-que-yo-, me-dijiste-no-te dije, la amnesia selectiva y conveniente de ver errores sólo en el otro, y a veces también hay golpes… para goce de la conserje intrigante, chismosa y sádica que tiene el edificio casi expropiado (hace rato la hubiesen podido botar, pero extrañamente no lo hicieron…)

Al oír los gritos y lamentos, los amigos y vecinos miran fastidiados hacia los lados, cansados de dar consejos, pero sobre todo aturdidos y confundidos de tantos altibajos, y temerosos de salir con las tablas en la cabeza ante aquella situación histérica, patética y ridícula.

En esos casos, el divorcio se hace necesario, lo pueden clamar hasta los hijos y abuelos más conservadores, en nombre de la honestidad, la ética y la dignidad.

Pero no siempre queda claro qué pasó, es decir, la causal. Tal vez no supieron quién era de verdad el enemigo; o su unión fue un matrimonio forzado, a juro, promovido por la inmadurez, la conveniencia social y la frivolidad; o quizá fue todo lo contrario y se les «rompió el amor, de tanto usarlo, de tanto loco abrazo sin medida… se devoraron vivos, como fieras…»

Cuando ya se ven como enemigos, es tiempo de cerrar una etapa, pero no de morir. De repente hasta alguno de los protagonistas evoluciona de oruga a mariposa, termina siendo feliz, eterna o temporalmente. O por lo menos no queda tan amargado y miserable, boqueando en el limbo de la tiranía. Aunque hasta en eso hay quien puede contradecir a la Historia. Se han visto casos…

Las tragedias fortalecen. Pero algunos no quieren ser fuertes. Prefieren ser simplemente libres.

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