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Juan Pablo Gómez
Juan Pablo Gómez - ViceVersa Magazine

Chistes sobre Hawking y la corrección política

El pasado miércoles 14 de marzo falleció el físico británico Stephen Hawking. A las pocas horas, el humorista venezolano Led Varela hizo un chiste de humor negro al respecto, a través de su cuenta de Instagram. Publicó una foto de la silla de ruedas de Hawking con el siguiente comentario: “Se vende silla de ruedas eléctrica. Poco uso, lista para viajar”. Como era de esperarse hubo multitud de comentarios, algunos riéndole la gracia y otros condenando el atrevimiento. Muchos, como suele suceder, recurrieron al insulto. La polémica alcanzó suficiente temperatura como para que Instragam, motivado por la cantidad de quejas, suspendiese la cuenta de Led Varela. Vaya despropósito. Lo primero que alarma de la situación es la cantidad de tiempo que la gente pierde en este tipo de controversias en las RRSS; la atención que reciben esas controversias también es preocupante y la forma de “zanjar” el asunto recurriendo a la censura es todavía más inquietante. Dicho esto, podemos pasar a analizar con detenimiento la situación.

Alguien célebre con reconocidos méritos científicos muere. Luego, alguien cree que es gracioso hacer chistes al respecto sin esperar un mínimo tiempo prudencial y en un contexto más acorde. Después, muchos se creen que deben replicar con insultos y quejas desaforadas a alguien que ha tenido, deliberadamente, mal gusto. Finalmente, Instagram cree que tiene derecho a llegar a esos niveles de censura, atendiendo simplemente a las quejas de algunos usuarios. La conclusión evidente es que la conducta general es lamentable. Nuestros tiempos de corrección política y cuestionamiento están llegando a niveles absurdos y peligrosamente opresivos. Todo el mundo debe tener derecho a equivocarse. Todo el mundo debe tener derecho al mal gusto. Todo el mundo debe tener derecho a recurrir al humor negro. Podemos pensar que es inadecuado, podemos disentir, podemos estar en desacuerdo, podemos sentirnos ofendidos; pero nada de eso justifica la desproporción de la censura absoluta. Todo ha sido un despropósito.

A mí el chiste de Varela me parece fuera de lugar y, sobre todo, de tiempo. No le veo la gracia. No me parece divertido. No comparto ese tipo de cinismo, que pareciera buscar la controversia a propósito. Esa es la nueva fórmula para la visibilidad social, para lograr mayor número de seguidores, para alcanzar más rentabilidad. Mucha gente vive del cuento, literalmente. Uno puede estar más cerca o más lejos de gente así, que ha decidido hurgar en todos los vericuetos del faramayerismo en las redes como forma de subsistencia. Eso es legítimo por mucho que uno no lo comparta. Las reacciones intempestivas y las quejas sobre el chiste también son comprensibles. A muchos no sólo no les hace gracia, sino que se sienten ofendidos. Piensan que reciben un trato denigrante. Eso es legítimo. Quien busca ese tipo de polémicas, debe estar dispuesto a tolerar después ese tipo de reacciones. Muchos humoristas alegan que se trata justamente de eso: de meter el dedo en la llaga, de quitar hierro a las situaciones trágicas de la vida y que todos podemos reducirlo todo a reírnos de nosotros mismos. Eso también es legítimo.

Lo que no considero legítimo es prohibir el chiste. Y llegar todavía más lejos: que alguien se crea con el derecho a censurar a otro con el absolutismo de prohibirle expresarse en una red social. Está claro que la libertad de expresión tiene unos límites, pero también está claro que este tipo de gracias, por despreciables que puedan ser, no transgreden esas fronteras que delimita el sentido común. Hacer callar desde una posición de poder siempre es alarmante. El principio de proporcionalidad brilla por su ausencia y la libertad de expresión y de consciencia queda seriamente dañada. Hay fórmulas más intermedias, matices. Cuando alguien se sobrepasa y hiere drásticamente sensibilidades a propósito puede recibir algún tipo de amonestación moral por el repudio social generalizado. Buscar los tonos, las circunstancias y los lugares más adecuados para que el chiste no se malinterprete. Pero llegar al absolutismo del cierre de una cuenta es una actitud reaccionaria digna de la Edad Media. Led Varela se queja ahora de que ni siquiera quienes han destruido el país reciben ese tipo de reprimendas y censuras. Es cierto. De hecho, el célebre futbolista brasileño Neymar optó por publicar también una foto alusiva a la muerte de Hawking en un tono muy parecido al de Varela. Neymar además tiene millones de seguidores y todo lo que hace tiene una repercusión mundial. También recibió una ola de críticas y algunos insultos. Las quejas también fueron múltiples. Pero Instagram no le suspende la cuenta. Claro, es Neymar.

La corrección política está llegando a niveles demenciales en algunos casos. Los absolutismos titánicos quieren arrasarlo todo y nuestro mundo está cada vez más bajo el yugo del maniqueísmo. La apertura mental, la tolerancia y la comprensión están cada vez más debilitadas. Los matices cada vez se valoran menos. Todo eso se reduce a que cada vez se piensa menos. Todo repercute en un mundo cada vez más violento y menos respetuoso. Cada quien cree lo que quiere creer. Cada quien se entrega al medio de comunicación que ofrece su punto de vista. Cada quien se cree con el derecho de juzgar y censurar a quien le plazca. Todo eso es peligroso. Como Cervantes intuía, la verdad absoluta no existe, está repartida, todos tenemos un poco de esa verdad y todos debemos darnos cuenta de nuestra subjetividad, de nuestras limitaciones. Nuestra opinión no puede ser impuesta a otros. Nadie debe sentirse con el derecho de callar a otro. Una cosa es disentir, discrepar, debatir. Otra cosa muy distinta es censurar y prohibir.

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