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Adrian Ferrero

Centro y periferia en la literatura argentina

Existe una relación, por cierto tensa, entre centro y periferia en el panorama de la producción literaria argentina, al igual que en otras partes del mundo, por dentro del cual el paradigma de la metrópoli centraliza la producción, la atención crítica y teórica y la de la difusión y exportación. La literatura argentina es sinónimo, en los hechos, de la literatura producida en la Capital del país. En tal sentido, la figura del escritor de nuestro país Héctor Tizón se vuelve un referente insoslayable en el marco de la literatura nacional a partir de la cual pensar estas cuestiones relativas a la centralización (y necesidad de descentralización) de la literatura de nuestro corpus nacional. En efecto, Tizón, en estas o parecidas palabras, se interroga de modo elocuente, sensato y bastante recurrente por cierto en el marco de su producción sobre todo ensayística ¿quién estipula que existen o deben existir un margen y una periferia? ¿deben existir? ¿o esta disyuntiva está dada mediante el poder de la fuerza del capital? ¿lo es mediante el poder arrollador de ciertas instituciones dadoras de devoción cultural y de los medios masivos (entre otras causales)? ¿hasta qué punto se le puede otorgar tal poder arrollador al mercado? ¿qué rol juega la circulación de los bienes simbólicos en este mapa que dibuja una cartografía tan dispar en el contexto la sociedad capitalista? ¿se puede salir de esta encrucijada? ¿es esta dicotomía obligatoria para definir los términos de una cultura literaria de excelencia o consiste en una falsa disyuntiva? Y, finalmente, a mi juicio de modo lúcido y definitivo confirma: la centralidad o, en todo caso, como cuestión de fondo ¿no debería ser en todo caso la calificación y la excelencia de las poéticas, más allá de la localización geográfica desde la cual sean producidas? Lo que verdaderamente contaría, entonces, no sería el espacio de sus condiciones de producción, en términos de Tizón, sino las de una prepotencia que aparentemente pareciera irremediable.

Estas me parecen hipótesis, preguntas, incertidumbres acertadas, quizás precisamente porque yo mismo habito un margen, si bien no de naturaleza radical, que marcan un señalamiento y un relevamiento claro respecto de qué es lo que un país atributivamente designa como su “literatura nacional”. En Argentina, esto ha sido señalado hasta el cansancio. La literatura nacional, salvo contadas excepciones, ha sido sinónimo, como dije, de literatura publicada en Buenos Aires. Pero por lo general de autores (varones y mujeres) allí residentes. Resulta penoso asistir al espectáculo de cómo las figuras que ocupan los espacios de discusión, debate, producción de saberes, divulgación cultural, investigación, docencia e incluso el acceso a financiamiento para la realización de emprendimientos culturales, como becas o subsidios, tienen sede exclusivamente en ese espacio cultural porque además, esas circunstancias, son las que más antecedentes están en condiciones de proveer a los escritores y escritoras. Ello supone un máximo nivel de exclusión y un mínimo nivel de inclusión de otros productores culturales de diferentes zonas del país, en particular los distantes, muchas veces de similar talento pero de nula visibilidad. Por otra parte, todo ello denota una ideología literaria dominante. Se producen debates que son más o menos siempre los mismos. La identidad de sus protagonistas no varía demasiado. Se establece un canon (por cierto objetable) de orden (nuevamente) centralizado por parte de críticos (nuevamente) que forman parte de un espacio centralizado. Se introducen alianzas entre creadores y productores culturales en ese ámbito que dejan por fuera a todos los del resto del país. La crítica literaria se ocupa de desentrañar los significados y sentidos de algunas poéticas de modo excluyente propias del marco de esa topografía e ignora las del resto del país (o, en el mejor de los casos, del extranjero, llegando al extremo de desdeñar las nacionales). Y el mundo literario adopta como sede diplomática a la Capital del país, a la que, como una Meca, todos concurren para ser consagrados. Si bien, también lo sabemos, se juegan todo tipo de intereses, entre ellos políticos o de rivalidades entre escritores o críticos que nada tienen que ver con la excelencia literaria. Pero en los hechos la cuestión se nos plantea en estos términos. Formulada bajo estas condiciones, la literatura revela sus aristas más limitadas, más indeseables, más retrógradas y menos a la avanzada estéticamente hablando: el modo en que lo extraliterario incide en la esfera del orden de las poéticas. Sin embargo, esta circunstancia tiene lugar en otras dimensiones de la producción cultural. Por otra parte, retrotrae a épocas en las que, recordémoslo, todos los recursos económicos convergían en Bs. As., repitiendo esta vez, no la abundancia de un capital económico sino simbólico. Lo que evidentemente no pareciera distinguirse demasiado, de antaño, teniendo en cuenta, además, que los réditos por las ganancias producto de la venta de los libros, proporcionalmente a la inversión, que son el producto de lo que se adquiere en Buenos Aires. Asimismo, si bien sabemos que la literatura no suele proveer de fondos pecuniariamente excesivos, sí lo hacen como mínimo en lo relativo a una mirada vinculada a la profesionalización del autor o autora que se sienten respetados como tales.

En principio, diría que acuerdo totalmente con Héctor Tizón. En efecto, si bien Tizón escribía desde la Puna jujeña, había andado mundo, había residido en otros países, de Europa y América, había sido diplomático de la democracia, no había podido escribir una sola palabra durante su exilio en España. Había frecuentado a Juan Rulfo y a Augusto Monterroso además de a Juan José Arreola durante su estancia en México en su carrera diplomática. Y podríamos decir que de Rulfo había aprendido unas cuantas lecciones, de ese maestro, entre ellas, su laconismo que en caso de Tizón no fue llevado a circunstancias tan extremas. No obstante, hubo otras. Una fue la de pintar su aldea porque sabía que, efectivamente, estaría pintando el mundo con una voz singular que evocaba una ley universal. La violencia brutal del paisaje, los vínculos marcados por las discrepancias entre culturas, las disputas políticas entre bandos históricos, los caudillos carismáticos, los malentendidos intergeneracionales, las diferencias de clase que señalan diferencias también de acceso a la cultura, la criminalidad producto de la pobreza que conduce a la desesperación más absoluta, sin hacer por ello una equivalencia entre pobreza y delito, lo que sería un disparate.

Tizón conocía a fondo el panorama del movimiento cultural que arrinconaba a las poéticas del así llamado interior a ghettos en los cuales no podían acceder a una modernidad (o posmodernidad, para el presente caso, dadas las teorías en boga) que les quitara los remezones de regionalismo y el localismo, un paisajismo típico que el mundo y la propia Buenos Aires esperaba de ellos pero al mismo tiempo condenaba como un estigma. Ello no favorecía a la literatura para que despegara de sus viejos remanentes folklóricos que la ataban a un realismo no universalista sino a un folklorismo estilizado. Así, resultaba imposible que se introdujeran en esas poéticas para el trabajo nuevas formas narrativas (en su caso), poniendo la literatura argentina al día, acudiendo a nuevos recursos e ideologías literarios, problematizando el discurso literario hasta renovadoras consecuencias, en los casos más destacados pudiendo hacer estallar las poéticas al punto de comprometer a fondo la noción misma de literatura tal como tradicionalmente había sido concebida. Tizón dejó una serie de herencias magistrales. Fue, en efecto, uno de los pioneros en poner su inteligencia al servicio de pensar estas la relación entre margen, procedimientos narrativos y centralización. Inscribiendo su poética en una tradición de escritores atentos al paisaje pero atentos también a problematizar la narrativa desde lo constructivo a sus contenidos para dar cuenta de ambos. Precisamente, en su último libro, Memorial de la Puna (2012), cruza géneros, registros y tonos muy dispares que conforman una estructura narrativa compleja sin precedentes. Un volumen que no está dispuesto a acatar ningún mandato hegemónico de la producción literaria ni de convención genérica alguna. Se trata de un producto cultural que abandona los protocolos y atraviesa las fronteras que él mismo había señalado en un sentido muy distinto en el orden de lo real.

En otras zonas del país la situación no deja de ser menos penosa o acuciante. Conocemos poco, por ejemplo, de los escritores y escritoras de la Patagonia (en lo personal a ninguno). Y en el resto del país, salvo los nombres de Mempo Giardinelli en el Chaco, la poética de Jorge Accame, radicado en Jujuy, ganador de una beca que lo condujo a Italia, cuyas obras han sido puestas en Buenos Aires, como puede apreciarse, al igual que el propio Tizón, han mantenido un fuerte relación con el extranjero. Mucho más que con la de su patria. Respecto de Córdoba, Andrés Rivera (ya fallecido), Perla Suez, María del Carmen Marengo y María Teresa Andruetto en Córdoba, como cabezas más visibles y ganadoras de premios internacionales, escapan a mi conocimiento otros autores. O no son directamente distribuidos y publicados en los centros de irradiación cultural dominantes de Argentina. En la Provincia de Bs. As. un caso, y de los más paradigmáticos, tal vez sea el de la extraordinaria narradora, ensayista y dramaturga Griselda Gambaro, siempre en su localidad de Don Bosco, desde donde, con un liderazgo inamovible, escribe de modo inamovible las mejores piezas teatrales en lengua española, que han sido puestas en escenarios del mundo entero y traducidas a múltiples idiomas. Ha recibido premios y distinciones nacionales e internacionales importantísimos. Es Ciudadana Ilustre tan luego de la ciudad de Buenos Aires. Ha obtenido becas nacionales e internaciones, como la Guggenheim, el Premio del Fondo Nacional de las Artes, en fin un, un reconocimiento incuestionable. Una personalidad literaria poderosa que se caracteriza por una humildad muy parecida a la de Tizón. Mencionaría en la Provincia de Bs. As. en Tandil el caso de Patricia Ratto y a Joaquín Areta y en el Tigre a Juan Bautista Duizeide, con proyectos a mi juicio ya consolidados, con Premios y en algunos casos traducciones a otros idiomas, en algunos casos, publicados por editoriales de Bs.As. de indudable prestigio, si bien no de naturaleza masiva.

En la zona del Litoral, es cierto, Juan L. Ortiz ha sido una figura insoslayable de la lírica en lengua española. Y también Hugo Gola, Juan José Saer (quien de muy joven se radicó en Francia), Hugo Padeletti; Mirta Rosenberg y Diana Bellessi (ambas en poesía, radicadas en Buenos Aires) y la narradora rosarina Angélica Gorodischer junto con Jorge Isaías. Todos ellos son algunas voces que merecen ser detenidamente abordadas como creadores de talla. En Entre Ríos, pero expatriado a Francia, donde se afincó hasta que falleciera en 2015, el extraordinario poeta Arnaldo Calveyra marca un hito en la producción nacional, de una creatividad y una radicalidad sin precedentes.

Desde Tucumán, que es un territorio que conozco apenas, sí estoy al tanto de la producción del cineasta, escritor, crítico y docente universitario Fabián Soberón, quien con una poética caudalosa ha confirmado su capacidad de creador de talento. De Tucumán también fue oriundo Juan José Hernández, quien rápidamente se desplazó a la Capital Federal, al igual que Tomás Eloy Martínez, ambos fallecidos.

La ciudad de La Plata, un polo atractivo dado que también es una ciudad universitaria de prestigio (además de ser el caso que conozco por residir en ella y, por lo tanto, el que más conozco), por la que pasaron para formarse universitariamente figuras de la lírica como Arnaldo Calveyra y Saúl Yurkievich (académico además de poeta), Sábato (doctorado en Física) y el mismo Héctor Tizón, Piglia (en la carrera de Historia, para luego pasar a Buenos Aires y de allí a EE.UU.) esta concepción de La Plata como espacio donde se estudia pero es a la vez es “un lugar de paso”, salta a la vistal. Al menos con estos creadores paradigmáticos así ha ocurrido. Ha sido llamada “la ciudad de los poetas”. Francisco López Merino (amigo de Borges) y Roberto Themis Speroni han sido importantes referentes en el panorama al menos provincial. Ana Emilia Lahitte, con proyección nacional, y un relevante grupo de poetas notables como Néstor Mux, Horacio Preler, Rafael Felipe Oteriño, Osvaldo Ballina y Horacio Castillo, son referentes entre la cartografía literaria de la Capital de la Provincia de Bs. As Dentro de las generacione más recientes mencionaría, eso sí, a Guillermo Eduardo Pilía y a Patricia Coto. Dos escritores que han mantenido sus proyectos creadores en una línea coherente, expertos en poética y poesía, docentes universitarios, estudiosos, que han sido reconocidos por su trayectoria, también con Premios Municipales, Provinciales y Nacionales. Con becas y viajes internacionales. Por otra parte, forman parte de la generación intermedia, formados en ocasiones en la generación anterior. No puedo dejar de citar en el campo de la producción poética a Anahí Mallol, Martín de Souza, Mario Arteca, Sandra Cornejo, César Cantoni, Norma Etechverry y Ángela Gentile, quienes tienen proyectos también destacados en muchos casos con trayectoria internacional. No me referiré en detalle a los prosistas pero sí daré los nombres de Juan José Becerra y Esteban López Brusa, además de Azucena Salpeter, sobre todo poeta pero también narradora de una excepcional calidad. De la dramaturgia, reconocidas con premios naciones e internacionales, publicaciones y puestas también en el extranjero, Nelson Mallach, Diana Amiama, residente ahora en Bariloche y a Beatriz Catani. Como para cerrar, entre los narradoras más consagrados, de referencia internacional ya fallecidos son Aurora Venturini, Leopoldo Brizuela (de orden descollante) y Gabriel Báñez (gran formador de escritores y escritoras, además de editor y periodista), quienes han trazado un recorrido de portento con traducciones, premios nacionales e internaciones y adaptaciones al cine de algunas de sus obras. Cito el caso especial de Eric Schierloh porque, si bien es de una generación reciente, es también traductor literario además de narrador y poeta de extraordinaria calidad. Por último en el campo de la literatura infantil o juvenil, los nombres de Gabriela Casalins y de Belén de Larrañaga son ineludibles. En el campo de la biografía, el ensayo de estudios sobre la música y la musicología, entre otras líneas de investigación creación, sí mencionaría al investigador del CONICET Sergio Pujol, con una caudalosa obra, un corpus destacado y una producción que ha sido de avanzada incluso a nivel nacional e internacional.

De modo que se trata de una ciudad en la que existe un polo productor de creadores y creadoras sumamente sobresaliente. A título de definición que plasma este contexto acabo de describir, me gusta habitualmente citar los siguientes versos, precisamente, del poeta de La Plata Néstor Mux: “mientras el agua hospitalaria/de la pava y el mate recibe condescendiente/a estos modestos poetas de provincias” (Disculpas del irascible, 2009). El agua corre, como la poesía, como fluido vital. La sangre corre, como linfa indestructible. Y el lugar de los poetas (moderado a los ojos de Mux, no a los míos) es el de un pudor modesto no grandilocuente pero sí afirmado en su oficio. Sí indestructible en su quehacer. Replantearía seriamente este esquema binario en términos de visibilidad pública, que es muy distinta, como dije, de trascendencia literaria en términos de jerarquía estética. Han demostrado muchos de estos creadores que han sido capaces de trascender las fronteras de la ciudad de La Plata hasta países de Europa o bien EE.UU., sin dejar de tener en cuenta América Latina.

En lo relativo a autores académicos radicados en el extranjero en actividad que además son creadores, casos hay como los de Rosalba Campra, en Italia, oriunda de Córdoba, quien suele publicar en Argentina sus libros. Pablo Brescia, quien desde los EE.UU. en su doble calidad de impecable académico también escribe ficción (y la estudia en profundidad) y Néstor Ponce (desde Francia), oriundo de La Plata y agrego el caso del destacadísimo académico de la University of Maryland (EE.UU, Saúl Sosnowski.

Con este panorama sumamente incompleto seguramente, sobrevuelo la toponimia cultural argentina que mis limitados conocimientos apenas alcanzan a pintar en unos pocos trazos en virtud de mi experiencia lectora: un paisaje de una enorme variedad de poéticas, en las que no es frecuente que la crítica especializada se detenga ¿A qué atribuir esta circunstancia? ¿a falta de conocimiento? ¿a afán despectivo? ¿a naturalización de que las poéticas porteñas son las únicas nacionales? La gente se arroja sobre los escaparates en las librerías donde también por lo geran (esto hay que reconocerlo), solo figuran las novedades de las grandes casas editoriales de los autores en quienes editan en Bs. As. y que son de Bs. As. Reinan, privilegiados, los internacionales. Pero el hecho mismo de que no existan editoriales con proyección nacional de naturaleza sustantiva sino que resulta difícil alcanzar los puntos de venta de Buenos Aires o del resto del país, salvo excepciones, convengamos que ya resulta otro indicio de habitar una periferia. De dificultad de difusión de los corpus. De falta de contacto con la crítica especializada con sede en Bs. As. (o de mala voluntad de ella en hacerlo). E incluso de falta de contacto entre los propios creadores.

Existen figuras culturales influyentes, protagonistas que no cesan de publicar, de concitar permanente interés además de polémicas de quienes solo de ellos se esperan novedades e innovación. Un horizonte de expectativas por cierto limitado. Incluso desde la misma Buenos Aires existen poéticas de extraordinaria calidad frente a las cuales instituciones y crítica se manifiestan indiferentes.

Sin embargo, desde estos espacios, así considerados marginales, nos seguimos leyendo, nos seguimos apoyando entre colegas, o entre buena parte de nosotros, acompañados en parte por los académicos. En lo personal, sobre quienes considero de talento, procuro realizar trabajos críticos. Me parece una forma de conferir visibilidad pública y hacer circular recorridos nuevos por la literatura argentina. La crítica académica o desde el periodismo cultural, por añadidura, suele incurrir en una doxa crítica que se generaliza en torno de algunos autores o autoras que no favorece una renovación de los discursos en virtud del abordaje de nuevas poéticas con el objeto de su abordaje.

Los avances en el orden de las nuevas tecnologías virtuales han permitido el acceso a publicaciones tanto en el país como en el extranjero de productores culturales valiosos que, con más dificultades, antes permanecían confinadas en reductos limitados. No obstante ello, aún así hace falta pasar por varias pruebas y exámenes antes de ser admitidos en determinados esos ámbitos editoriales tanto virtuales como gráficos. Suerte de cofradías exclusivas para las cuales hace falta pronunciar ciertas palabras como contraseñas o bien disponer de conexiones o títulos académicos. También contactos. La aprobación, también, de la UBA resulta crucial. Precisamente existen casos de escritores académicos de naturaleza influyente a quienes se les otorga una singular atención.

Los casos más lastimosos me resultan las posiciones despectivas cuando no descalificativas hacia escritores de otras partes del país sin siquiera haberse tomados el trabajo de leer sus corpus.

Las cosas se resuelven con unas pocas preguntas decisivas: ¿para qué escribimos? ¿para quiénes lo hacemos? ¿para la celebridad? ¿para ser consagrados por las instituciones? ¿para la crítica literaria? ¿para el gran público? ¿para ser publicados por las grandes editoriales? ¿o porque amamos profundamente hacer lo que hacemos? En la respuesta a este puñado de preguntas a mi juicio queda zanjada la cuestión profunda (y el asunto agudo) entre centralización y periferia.

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