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caravaggio
Photo Credits: Regan Vercruysse ©

Caravaggio

La sangre, el ángel y el desierto son las imágenes insospechadas en la vida de Caravaggio.

En 1604 le arroja,  caliente y rojo, un plato de verduras en la cara a un camarero. La ira cambia el destino del pintor. A partir de ese día, será el necio y el loco.

Meses después, en el camino sinuoso hacia el fin, es encarcelado. Los policías lo odian en una ciudad donde el fracaso ronda como un pájaro negro en el cielo de la tarde.

La amenaza zumba en su mente. Siente, aturdido por los fantasmas inverosímiles de la locura, que debe defenderse, quizás de los otros o de sí mismo. Desde la salida de los barrotes de hierro, porta un arma. El pintor de la Santa Iglesia Católica no sabe que esa arma es el anuncio de la sed y del olvido.

En 1605, en una vereda de arena y de piedra, una espada perfora, por primera vez, el cuerpo tenso del pintor. La sangre mana sin contención. El rojo abunda no sólo en sus pinturas.

En una noche cerrada, en el centro del arte europeo, Caravaggio deja de ser el pintor de la luz: ha matado a un hombre y se ha convertido en un asesino. Desde esa noche, lo persiguen, para siempre, los hombres y el insoportable tormento en su memoria.

Se oculta en Nápoles. En la ciudad más española de Italia, siente un tenue alivio. Pero no tardarán en descubrirlo. Una reyerta en la calle le devuelve el rostro del fugitivo.

Huye, desesperadamente, a Sicilia. Deja, en cada ciudad por la que pasa, una huella de su dolor.

Años después, el azar o el destino lo dejan en una playa para un control. El barco que lo traslada parte del lugar y lo abandona.

Durante días y meses vaga por la arena caliente. Es inútil.

La sangre del pasado inunda su memoria. El ángel repetido de las pinturas no sobrevuela la isla.

Muere, sediento, bajo el sol del desierto.


Photo Credits: Regan Vercruysse ©

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