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Caracas del valle al mar. Guía de arquitectura y paisaje

Finalmente Caracas ya tiene quien la recorra para nuestra contemporaneidad, a través de las voces de arquitectos, pensadores y escritores apasionados por La Sultana del Ávila. Editada por Iván González Viso, María Isabel Peña y Federico Vegas, este muy completo documento en edición bilingüe, español-inglés, publicado en España por la Junta de Andalucía, se transita más como una crónica que como un texto erudito; de ahí su eficacia y actualidad. De hecho, un grupo de entusiastas inspirados por su lectura, ha constituido el colectivo “La experiencia CCS en 365. Travesías por Caracas”, dedicándose a buscar, fotografiar, comentar, los lugares allí descritos. Ello, como una manera de recuperar la memoria urbana que la violencia, la degradación y la desidia han pretendido borrar.

Con colaboraciones de Guillermo Barrios, Graziano Gasparini, William Niño Araque, Oscar Tenreiro y Paulina Villanueva, entre muchos otros, la Guía se constituye en una obra invalorable para hacernos una idea global de la capital venezolana, desde su fundación hasta su planificación futura. Fotografías, mapas, textos, planos, gráficos y dibujos se aúnan en esta visión armónica de Caracas, imprescindible para todo aquel que la haya visitado o vivido en ella alguna vez.

En mi imaginario particular, la ciudad donde nací y estuve en distintos períodos de mi existencia, ha adquirido con su lectura una organicidad nueva, al permitirme bosquejarla en toda su extensión y particularidades. Que el edificio Zingg de Arthur Kahn, por ejemplo, fuese “el primer edificio de acero, planificado para resistir sismos en Caracas” y el pasaje del mismo nombre tuviese “las primeras escaleras mecánicas de Caracas —de madera—, que hoy permanecen y caracterizan este espacio” (93). O que en el Laguna Beach Club de Julián Ferris y Juan Andrés Vegas, se usara “por primera vez en Venezuela el concepto dúplex” (546), son informaciones que, más allá de su carga anecdótica, articulan para el lector la cronología urbana, necesaria para entender las transformaciones de la ciudad a lo largo de más de cuatro siglos.

Si los últimos 50 años han visto incrementarse exponencialmente el caos de la urbe, sobrepasada por una construcción poco planificada y una inmigración proveniente de las regiones más pobres del país y del continente, hasta llevarla a que casi la mitad de sus habitantes vivan hoy en condiciones de pobreza extrema, no es de extrañar que la ciudad moderna, nacida con el primer boom petrolero, y de la cual proyectos como El Silencio y la Universidad Central de Venezuela resultan ser extraordinarios ejemplos, haya quedado en una utopía prácticamente inalcanzable.

Son sin embargo muchos los profesionales que han creído en una ciudad posible, “no extendiendo sus dominios, sino recobrando sus fragmentos olvidados” (562), tal cual William Niño Araque apuntó agudamente. Pero esa labor de reconquista no puede hacerse sin programación y proyección; dos acciones que siempre se les han escapado de las manos a quienes manejan, deciden, controlan e imponen. Desde el advenimiento de la democracia fundacional en 1958, hasta la agonía final de la revolución chavista, viviendo hoy sus últimos estertores, Caracas ha crecido huérfana de planificadores con poder para ser escuchados, pues ha sido la especulación y el laissez faire lo que la ha deformado, destruido y arruinado.

Pero el incomparable valle, con una luz y un clima privilegiados, y las extensas costas frente al Caribe, todavía pueden dar mucho de sí. En palabras de Alejandro Haiek, “desarrollar estrategias para operar sobre el conflicto y absorber el desastre, estar más cerca del caos que de la estabilidad” (584) es el papel que debe cumplir hoy el arquitecto. Algo imposible de lograr, sin el apoyo de un sector público con visión de futuro, tal cual ocurrió durante el Guzmanismo y el Pérezjimenismo.

Resulta sin embargo triste reconocer que fue, justamente, durante estos dos períodos dictatoriales cuando el valle y la costa alcanzaron su máximo esplendor. De hecho, tanto las décadas de gobiernos democráticos, como las de la dictadura actual, han subsistido, fundamentalmente, de los proyectos urbanísticos realizados entonces. Unos proyectos, que no solo no se continuaron ni respetaron en lo ya construido, sino se abandonaron al abuso y la indiferencia hasta convertirse en ruinas modernas.

Al adentrarnos en su historia, esta Guía reconstruye la ciudad a través de sus planos, la cataloga por zonas y la planifica para el mañana, reconciliando al lector con lo bello que aún subsiste bajo tanta desventura. “Nuestra geografía es la de una ciudad cóncava, donde las pasiones se quedan rebotando con ondas imprevisibles y ángulos sorpresivos. He visto surgir chismes recónditos, secretos de rara geometría que fluyen junto a dramas colectivos y dibujan una red sentimental superpuesta a la urbana. Si no percibimos estas relaciones entre los sentimientos de la ciudad y su expresión física, nada en Caracas se entiende” (12), nos dice Federico Vegas en la introducción.

Ciertamente, empezando con el damero fundacional y siguiendo por La Nueva Caracas, A partir de El Paraíso, La Ciudad Universitaria, Hacia El Cementerio, La entrada del sur, La extensión al noreste, Al sur del Guaire, El Ávila y Frente al mar, cada una de las zonas aquí recorridas, ha sido abordada no solo con el instrumental teórico sino con el del corazón. Porque una ciudad, como también nos indica Italo Calvino, no nos habla únicamente del pasado y del presente sino que los contiene como en las líneas de una mano, que se hace necesario descifrar para que adquieran todo su sentido y más. Y ello nunca es posible sin sensibilidad e inteligencia, sin un ojo crítico alerta a sus humores y amores.

María Isabel Peña lo sabe, y es por ello que en sus textos introductorios a las distintas zonas en las cuales está dividida la Guía, la mirada planea afectuosamente sobre cada geografía escogida, resaltando especificidades, enmendando fallos y entretejiendo espacios para ubicar al lector en el área seleccionada. El damero fundacional, por ejemplo: “El vínculo del damero fundacional con el exterior hizo que la ciudad se prolongara hacia el noroeste en búsqueda del Camino de los Españoles, trazando una diagonal (la Calle Real de La Pastora), que va desde la entrada de la ciudad —la Puerta de Caracas— hasta la plaza La Pastora, donde se desarrolló un vecindario con características y sabor propios” (74).

A partir de aquí se inicia la travesía donde edificaciones, plazas, parques y jardines irán cobrando sentido, en tanto vayan siendo “visitados” por quien recorre las páginas y se adentra en el entramado que conforman. De este modo, pasado y presente se aúnan, haciéndose tangibles, para que de su confluencia cristalice la visión de la zona en concreto. Una visión nueva, no solo para quien hace el recorrido por primera vez, sino para quien, habiendo vivido o viviendo aún en Caracas, la “redescubra”. De ahí lo importante de iniciativas como “CCS en 365”.

Pero abarcar una urbe tan voluble y dispersa no puede hacerse sin rigor y sin método. Por eso el sistemático trabajo de investigación es lo que, sin anegar ni exceder, le da sentido a las reflexiones de sus hacedores contenidas en la Guía, además de abrir un lugar para la comparación y el diálogo con otras metrópolis latinoamericanas, igualmente atacadas por idénticos problemas y deficiencias.

Y es que, mientras la leía, no podía dejar de pensar en la gran exposición que, bajo el título “Latin America in Construction: Architecture 1955-1980”, el pasado año el MoMa de Nueva York dedicó a nuestra América, partiendo de un grupo selecto de ciudades entre las cuales se encontraba Caracas. En todas, la energía, el optimismo, la quimera, el riesgo y, sí, lo sentimental que llevó a arquitectos, planificadores, constructores, obreros y políticos a pensar y empezar a hacer realidad la metrópolis soñada, quedó truncado por la especulación, el desgobierno y la miseria subsecuentes, puestos a borrar lo racional de los respectivos proyectos urbanos y dando pie a la anarquía actual en todas ellas.

Empezar a desmadejar tal anarquía es, no cabe duda, una tarea ciclópea pero por algún lado se hace urgente empezar, si no queremos que las grandes urbes acaben devorándonos. Nuestras capitales esperan entonces hoy por quienes, una vez más, empuñen sus instrumentos y se dediquen a concertar, rescatar, restaurar, es decir, las reinventen en este milenio. De ahí la importancia de iniciativas como Caracas del valle al mar para crear conciencia y lograr que ese sueño se vuelva un día realidad.

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